Tras los postres y entre sorbo y sorbo de pacharán, mi amigo comentaba las respuestas recibidas de algunos cuando les preguntaba, imbuido de trascendencia, por el sentido de su quehacer: si consideraban haber acertado en la elección y, en último extremo, si creían que la diaria dedicación a lo que fuese justificaba sus vidas. ¿Por qué sigues y, de poder, volverías a empezar en lo mismo? Si te fuera dado cambiar desde el principio, ¿has pensado alguna vez en lo que harías? Y si es así, ¿por qué no lo intentas? Si tuvieses que decirte en cuatro palabras…
Según me comentó, ninguno de sus interlocutores lo había convencido nunca; se salían con obviedades, explicaciones basadas en estereotipos o, las más de las veces, digresiones vagas sin entrar en el meollo de la cuestión planteada. Los dos estuvimos de acuerdo en que, más difícil que vivir, es saber qué decisiones podrían haber mejorado nuestro devenir o si estuvimos en condiciones de tomarlas en el momento adecuado; no es empresa sencilla estar seguro de lo mejor y, encima, verse impelido a justificar polifacéticas realidades, expectativas tal vez frustradas, logros con cojeras…
Sin pretenderlo, en la prolongada sobremesa los dos pasamos a ser a un tiempo inquisidores e interrogados, caíamos en las mismas de que en un principio acusaba a los evasivos a quienes intentó desnudar y, ya conscientes de ello, concluimos que seguramente un epitafio, ya sin vuelta atrás, pudiera ser lo único creíble cuando redactado por el después finado y con ganas de resumirse en llegado al final: contento, orgulloso, tal vez resignado…
Quedamos en volver a cenar, días después, tras revisar las lápidas de algún que otro enterrado y famoso en vida, para constatar si nuestra hipótesis se sostenía. Ambos habíamos cumplido, aunque de ello no se derivó la respuesta que el otro esperaba cuando preguntado de nuevo. Leímos sobre los mármoles mensajes de esperanza, a veces el simple punto y final… “Escribió libros y murió”, rezaba el de Faulkner. En Frank Sinatra “Lo mejor está por llegar” u, otro, “Necesité toda una vida para llegar hasta aquí”… Bueno: y de poder escribir el tuyo para resumirte, ¿qué dirías? Él miró sus manos, pensativo, y me aseguró que se pondría a ello cualquiera de estos días. En cuanto a mí, le contesté tres cuartos de lo mismo. Obviamente, éramos simples remedos de aquellos a quienes criticó la otra noche. Por cierto: no sé si la frase en ciernes, a la que me emplazo, será motivo de post en un futuro o, en otro caso, quizá alguien la lea sobre una piedra del camposanto, siquiera por casualidad, en plazo variable. ¡Que cualquiera sabe!
escribiendo epitafios! os deseo que esteis bien y sigais bien . recuerdos a juli i benito
xavier bosch
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Xavier: sobre gustos… ¡Menos mal que vuelvo a saber de ti! Tot be? Por aquí también (supongo que también Benito, a quien ninguno de los antiguos amigos hemos vuelto a ver. Imagino que sigue en gracia de Dios…). ¿Aún al pie del cañón, o jubilado? Una forta abraçada.
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Fui y no sé si seré.
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¡Buen epitafio en vida!
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Inesperado que sea en una lápida con su epitafio cómo resumen de esos interrogantes…Lo que no te y se os ocurra!. Cómo no tendré, no me lo he planteado jamás. ¿Os acordáis de esa leyenda sobre la tumba Groucho Marx?, aunque la que sí me pareció magnífica es el que tiene Robert Graves: Poeta.
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No sé o no recuerdo la de Robert Graves. ¿Me la dices?
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Su nombre, y debajo simplemente Poeta.
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«Rosa, oh contradicción pura, placer,
ser el sueño de nadie bajo tantos
párpados».
(Dicen que este fue el epitafio que el propio Rilke creó para su tumba. Sea ello cierto o no, estas bellas -y misteriosas- palabras anticiparon la muerte del poeta, sobrevenida a consecuencia de un pinchazo con una de las rosas que estaba recogiendo. Definitiva es la muerte, las palabras solo pueden remedarla).
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