COMPAÑERAS TE DOY

Contra todo pronóstico, llevaba mes y medio ingresado y la enfermedad –los médicos dijeron que no duraría más allá de una semana- parecía haberse congelado. Los estragos en su físico eran evidentes: el rostro reducido a lo esencial y un cuerpo de carne huída, así que debía ser su ánimo el responsable de aquella tenacidad por aferrarse a la vida.

La soledad, al principio, fue lo peor: soledad de unas interminables noches en las que odiaba su identidad yacente, la humillación de unas necesidades que debía aliviar a la vista de terceros y, sobre todo, su libertad perdida para siempre. La esposa permanecía con él durante el día, pero cada tarde, cuando se marchaba, el silencio tiraba del hombre hacia abajo. Quería terminar de una vez, con cada madrugada y, sin embargo, todo empezó a cambiar tras la llamada. Su amante de muchos años, la Otra, accedió a acompañarle en el penoso duermevela tras garantizarle que no iban a encontrarse ambas siquiera en el pasillo. Su mujer dejaba el hospital a las ocho en punto y, media hora después, la querida tomaba el relevo nocturno.

Desde entonces y de ser preguntadas, las dos podrían atestiguar que el enfermo cambió su meta: de dejar este mundo a quedarse con ellas, una y la otra, día tras día, el mayor tiempo posible. La suya dejó de ser una vejez con final vacío y cedió la autocompasión frente al amor que le demostraban. Mañana volverían, por turnos, así que dejó de querer el olvido; prefería recordarlas, acariciarles la mano, el muslo cuando tomaban asiento a su lado, y podrían ser esos rescoldos de antiguas voluptuosidades los que disminuyeron la demanda de calmantes.

Era la calma sin desesperanza lo que las dos mujeres le procuraban por separado hasta la tarde en que, por una inoportuna cabezada en el sillón de su mujer legal, a las ocho y media se encontraron los tres. La discusión entre ellas se agrió al extremo de que la enfermera hubo de acudir a terciar y determinó que abandonaran el cuarto y pasaran a una sala contigua para dirimir sus diferencias. Nuestro hombre, abrumado, no despegó los labios y así seguía cuando entró la auxiliar para retirar los platos.

A la mañana siguiente, muy temprano, se presentó la esposa, acompañada de un abogado, para determinar las últimas voluntades del paciente en lo que hacía a una cuantiosa herencia. Por la tarde, a la hora de costumbre, compareció la amante junto a sus dos hijos y un notario. Por cuestión, también, del legado. El día después, nuestro enfermo falleció. Lo encontraron ya frío, por lo que el óbito debió ocurrir de madrugada y con la recobrada soledad por compañera; tal vez ejecutora de una prorrogada, por lo que creyó amores, sentencia de muerte.

Acerca de Gustavo Catalán

Licenciado y Doctor en medicina. Especialista en oncología (cáncer de mama). Columnista de opinión durante 21 años, los domingos, en "Diario de Mallorca". Colaborador en la revista de Los Ángeles "Palabra abierta" y otros medios digitales. Escritor. Blog: "Contar es vivir (te)" en: gustavocatalan.wordpress.com
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9 respuestas a COMPAÑERAS TE DOY

  1. Rosario Ferrà dijo:

    Cuando la cartera substituye al amor, ¿hubo alguna vez amor?

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  2. La historia es real. ¡Todo por la pasta…!

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  3. Pingback: Compañeras te doy | Palabra Abierta

  4. Pilar Bonilla dijo:

    Historia real comentas y rocambolesca digo yo. A ver, me he quedado con dos dudas, una si el paciente fue quien realizó la llamada, y la segunda es que no sabemos cómo acabó tanto abogado y notario…Me pillas en día prosaico.:)

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  5. Fue el enfermo quien llamó. En cuanto al destino final de sus bienes, no lo sé. Fueron las enfermeras quienes me contaron las visitas de abogado, notario… Hace ya tiempo del drama.

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  6. Cati Colom Llado dijo:

    Don dinero,lo puede todo,peró es muy triste,y al final murió solo,pobre homre.

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  7. drlopezvega dijo:

    ‘Una línea muy fina separa el amor del odio.’ Así empieza la glosa alojada en la carátula de mi ejemplar de una novela cuyo título se desvela en la frase que la remata: ‘Caminar sobre ella es como andar sobre el filo de una navaja.’
    Seguro que Somerset Maugham usaría términos menos vulgares que ‘legítima’ y ‘querindonga’. Quizá hablaría de 2 damas despechas que transitaron del amor al odio en la hora incierta de un encuentro vespertino. Y viperino.

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  8. Viperino sin duda… Un abrazo

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