Desde el inicio, se ha propagado porque nos ha sorprendido bajos de defensas. Así, lo que parecía un resfriado ha pasado a mayores y, de no poner los remedios oportunos, terminaremos en la UVI si no algo peor. Empezamos con más deudas que ahorros, y fiados en una bonanza económica que supusimos mal sustrato para la propagación de los gérmenes. Creimos al falso epidemiólogo que anunció los brotes verdes y, en vez de empezar con un tratamiento radical, seguimos en manga corta y respirando las miasmas.
Los hijos no tienen recursos para abandonar el domicilio de sus mayores; en consecuencia, mayor hacinamiento y el contagio a peor. Encima, los gérmenes han mutado y vuelto de PP a la antigua AP: Afananza Pandillar, que es como pasar de estreptococo a estafilococo avieso. Los fármacos equivocados, los pacientes más graves a la intemperie, desahuciados, y muchos millones con fiebre alta, dejados a su aire. Esto parece un sálvese quien pueda (quien pueda pagarse hospital y cuidados), aunque es conocido que las pandemias exigen otras medidas.
Parece que hubiese vuelto la peste negra, pero nadie se ocupa en producir vacunas. Se diría que, desde Jenner, no hemos aprendido nada y así nos va, aunque contemos en el futuro con dos Papas de Roma.
Y es que tampoco la fe es solución, aunque se repartan al Espíritu Santo y la proclamen por duplicado. Necesitamos otro Pasteur. Y Rajoy no se le parece.