A media mañana de hoy, Don Juan Carlos ha ingresado en la clínica privada La Milagrosa para ser intervenido de una hernia discal por parte de un neurocirujano «con la tecnología más avanzada». En todo su derecho para acudir a ese centro si puede costearlo, lo cual no está al alcance de cualquiera.
Y qué quieren que les diga. La opción elegida guarda cierta semejanza con la del Chávez el venezolano escogiendo Cuba para su tratamiento, lo que pone siquiera en entredicho la bondad del sistema sanitario de su país. En este caso, la red asistencial pública no parece que le merezca al monarca la suficiente confianza, y pone sobre el tapete una asistencia para pobres y otra para los pudientes.
Sea por estar «encorinnado» como apuntaron ayer en TV, por no haber caído en la cuenta o cualquier otra razón que se me escapa, ha perdido una magnífica oportunidad de predicar con el ejemplo y acudir a cualquier hospital de los que frecuentan la mayoría de sus súbditos. Aunque fuese por estética que, según Wittgenstein, es sinónimo de ética. Y en el caso del Rey, estoy de acuerdo. Igual le sucedió a la mujer del César, si tuviera a bien aplicarse el cuento sobre su presunta honradez.
Pero si interrogado al respecto repitiese lo de «Lo siento, no volverá a ocurrir», creo que no mejoraría el juicio que a muchos nos merecen sus querencias. Porque empieza a llover sobre mojado.
Conozco esa clínica. En ella murió mi padre defectuosamente atendido (soy médico). Se trata de una ya vetusta instalación en la calle García de Paredes de Madrid. Es una patata de clínica, la verdad. Cualquier centro público de Madrid es muy superior, tanto por tecnología como por profesionales… y diría que la mayoría de privados también.
Por lo demás, perfectamente de acuerdo con Gustavo.
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