La ley general turística del Govern Balear admitirá el cambio en el uso de edificios hoteleros y su transformación en viviendas. ¿Y eso por qué? Da igual. Si ya no interesan por el motivo que sea, nada de derribar: pisito en la planta catorce, o en la dieciocho. De 90 m2 u otras dimensiones cuando convenga. Pero «No estamos dando manga ancha a los hoteleros», aseguró el Director General de Turismo. Quizá quiso decir, veladamente, que los meten en cintura. Al igual que sucedió con aquella tasa turística no sé si cobrada en su día, pero evaporada.
Y si la clientela disminuye, pues se reduce personal, los fijos discontínuos al paro (dicha posibilidad no existe en otros sectores) y a nuestra costa hasta que la demanda mejore con la primavera. Porque no se trata de que en tiempos de vacas gordas se ahorre para el invierno como hace la mayoría excepto ellos y las cigarras, sino de diseñar la estrategia que haga suyos los beneficios y nuestra la precariedad.
¡Qué suerte ser hotelero, no? Las pérdidas a cargo del erario público y, encima, culo y camisa con los políticos que todos sabemos. Un negocio el suyo, en suma, asegurado contra viento y marea. Y con buen rollo. ¿Quién dijo crisis?, deben pensar. Y con razón.