Saber dónde te metes para un café o el aperitivo está muy bien, pero un bar es mucho más, y en la elección juegan su papel otras variables a no ser que se haya puesto a llover a cántaros o te asalte una imperiosa necesidad porque, entonces, confiar en hallar un urinario público en este país y en tiempo razonable es pura quimera. Si en pleno boom económico era imposible, imaginen con los recortes, la única urgencia reconocida por nuestros próceres.
El caso es que los bares -los concurridos, se entiende-, y a más de ofrecer lavabo, condensan los ecos del mundo como ningún otro lugar. Además, de un modo selectivo. Los ecos de la pobreza o conversaciones de alternapijos, el deporte de masas o la filosofía pragmática, tienen sus preferencias que pueden incluso colegirse con una simple mirada desde el exterior. Desarrollar esa intuición permite, junto a la caña de rigor, escuchar el repaso del tema apetecido por parte de unos contertulios abstraídos, ajenos a tu curiosidad y tan enterados que dejan en mantillas a los opinantes con sueldo. Desde que he perfeccionado ese olfato, me estoy poniendo al día como nunca antes y, encima, con testimonios de primera mano. Así que déjense de Internet. La sociedad de la información se apalanca en los bares; sociedad líquida a lo Bauman, pero por el trasiego. Y sin necesidad de Wifi.
A veces, escuchar es el secreto de la comprensión. Y sale gratis más allá de una modesta consumición. Podían tomar buena nota quienes nos gobiernan.
Totalmente de acuerdo, pero mejor no demos ideas a los políticos, que igual se nos plantan en el bar a media mañana con la excusa de que necesitan una dosis de realidad, y los currantes les acabamos pagando los cafes, las copas y hasta la comida… Aunque pensando mal, quizás se los estemos pagando ya.
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Si lo llego a pensar antes, mejor calladito. Coincidir con Bárcenas o Rajoy en la cafetería podría ser indigesto…
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