Ayer por la noche nos dimos una vuelta por el barrio antiguo de Palma, para contemplar el espectáculo de algunas procesiones y unos rituales con menos espectadores que los habituales en los días que vendrán; la salida y entrada de un par de Pasos en sus respectivas iglesias, los apuros para sortear las estrecheces y otros detalles de esa índole.
Fue curioso el ambiente y también el escenario. A la salida de Santa Clara, los músicos tocaron «La Marcha Granadera». Los de más edad recordarán la letra, de Pemán, vociferada durante el franquismo: «Viva España, / alzad los brazos, hijos del pueblo español, / que vuelve a resurgir, /…». Miré en derredor por si sorprendía a alguien en pleno saludo y con el brazo en alto. Las caras de más de uno hacían presumir que pudiese ocurrir.
Después, y frente a San Francisco, no se me iba la vista de aquellos receptores metálicos para la basura, enormes, en línea, ya inútiles y se diría que colocados en el lugar menos apropiado tras sesuda reflexión de los responsables. Lo cierto es que, entre el himno y el despropósito, se me fue el santo al cielo. No sé si a los devotos les sucedería lo mismo, y es que la inoportunidad casa mal con la devoción. Supongo.