Estaba en el avión (origen y destino son lo de menos) esperando un despegue que se retrasaba y, en el ínterin, migajas a los pasajeros: entretenernos y que no se montara un pollo que a más de uno le picoteaba los entresijos. Disculpen; estamos revisando la refrigeración y lamentamos el retraso. Despegaremos en unos quince minutos.
Pasada la primera media hora, literalmente sobre el terreno, el calor no había cedido y tampoco los exhortos; que a nadie se le ocurriese fumar ni en broma, que si cayera la máscara de oxígeno , tonto el último… Y que teníamos a la tripulación para lo que fuese menester. Y -de nuevo- nuestras más sinceras excusas. Despegaremos en unos diez minutos. En resumen: 25 de boquilla pero llevábamos una hora y cuarto trufada de consejos que además se interrumpían a la mitad por cualquiera sabe qué. Y a otra cosa, porque el objetivo no es informar sino mantenernos distraídos, que la ansiosa expectación no pase a mayores y lo que ocurra después, que alguien llegue tarde a los postres, pierda la reunión o quizá una conexión con otro vuelo, no será problema suyo.
Mientras aumentaba el calor y se hacían evidentes sus mentiras, pensé si acaso las tripulaciones (piloto incluído) habrán aprendido de los políticos o será a la inversa. Aunque poco importe; son iguales estrategias para tener en vilo a los de siempre. Así vamos haciendo callo con la resignación en lugar de decirles a unos y otros que nos cuenten de qué va, sin milongas, para decidir si seguimos o nos bajamos y que nos reembolsen el billete. De ser todos a la vez, en el avión o desde casa, se andarían con más tiento.