Al volver de un viaje a Japón me he enterado de que a Belén Esteban le entraron en el chalé y, entre otras cosas, se llevaron las bragas. Las que no llevaba puestas, claro, aunque ignoro si las guardaba lavadas y pudiera ser que no, dado que los fetichistas a quienes gustan estas prendas, las prefieren con olor. Y no precisamente a lavanda.
Da la casualidad de que estuve en el país con más máquinas expendedoras de cualquier cosa. Incluso de bragas usadas, aunque éstas (las máquinas, que no la prenda) fueran prohibidas hace unos años. Sin embargo, parece que persiste la extraña afición. Por estos pagos no lo sabía, así que tal vez lo de las braguitas (aquí siempre solemos referirnos a ellas en diminutivo por razones que se me escapan) sea una buena pista para la policía y la búsqueda de un nipón obseso pase a primer plano. Porque no puedo imaginar que nadie en su sano juicio desee oler las intimidades de la «Princesa del Pueblo» (otra que doña Leticia) y no quede saturado con sólo oírselas contar.
Hay noticias que, publicadas, mueven a risa. Pero proporcionar tal información mueve más bien a la compasión. ¡Lo que pueden hacer algunas por mantenerse en el candelero!