Se hace difícil escindirte al extremo de que la indignación a veces, la frustración o el asqueo, no te acaben poseyendo por entero. Para muchos se revela imposible. Otros lo intentan con suerte variable y, en demasiadas ocasiones, la sonrisa o unos modos serenos son únicamente máscaras que pugnan por desprenderse y dejar al descubierto la tormenta que ocultan. En cualquier caso, el esfuerzo por disimular, por separar el culo de las témporas, suele llevarte molido a la cama.
Sin embargo, sé de muchos, y he seguido a algunos con creciente admiración, para quienes el trabajo bien hecho, la competencia esforzada a través del estudio y su traducción en la práctica cotidiana, no representan mecanismos de compensación sino la única justificación de su estar en sociedad. Con otros. Una vocación inmune a la retribución escasa, a la falta de reconocimiento o a la inepcia de políticos y gestores. Ahí tienen a la mayoría de educadores o profesionales de la sanidad, a tanto funcionario denostado, a quienes emplean su escaso tiempo libre en ayudar a otros… Son esos miles, muchos miles, y no las declaraciones del ministro de turno o del FMI (de Aznar ni les cuento. O lo haré, pero será en próxima ocasión), quienes alientan la esperanza en un mundo mejor. Y es al toparnos con uno de ellos cuando se hace evidente que, pese a todo, sigue siendo posible.
Podremos volver molidos a la cama, sí, pero con un rescoldo de dignidad, la suya, que se contagia y entibia esas noches en las que cuesta conciliar el sueño. Por eso, muchas gracias.