Recordarán las recientes declaraciones del ex presidente en Antena 3 y que tanto revuelo/recelo han propiciado, incluso entre los de su Partido. Sin embargo, y en lo que a mí respecta, las opiniones de ese personajillo sirven desde hace años para saber a qué carta quedarme; para posicionarme en este mundo, y perdonen la grandilocuencia. En ese sentido se ha convertido en todo un referente aunque, a fuer de sincero, ya empezó a serlo en cuanto apuntó maneras. Recuerdo, como si fuera hoy, el bolígrafo en el escote de la periodista, o el «Tengan por seguro que Irak dispone de armas de destrucción masiva». Es lo que sucede con los referentes: que no se te despintan.
Decía Leibnitz que había llegado a aprobar casi todo lo que leía. Es lo que pasa cuando te haces mayor: se acumula experiencia y se suman matices. Las certezas comienzan a escasear y los blancos y negros se entremezclan, favoreciendo la grisura. ¡Y es tan aburrido el gris! Pues es de ese relativismo, meditabundo y paralizante, del que Don José María consigue liberarme en cuanto abre la boca, devolviéndome a una segunda juventud de mayor vehemencia.
Frente a sus ocurrencias, el equilibrio se desvanece, me llevan indefectiblemente del pasmo al sarcasmo y sé, sin que haya terminado de leerle o escucharlo, que apostaré por todo lo contrario. Así lluevan chuzos de punta. Por su mediación, incluso Mas, el de la Generalitat, ha subido algunos enteros en mi aprecio, la derechona repugna como nunca y un abdomen en tabla no tiene color, desde que mostró el suyo a los cuatro vientos, frente al barrigón cervecero. Es lo que tiene ese hombrecillo: que aleja a muchos de la indiferencia. Es seguramente su único mérito constatable. Pero no es poco.