Y todos, en alguna medida, somos presa de esa tentación: la de convertir un par de observaciones en regla universal. A pesar de que diariamente nos rodean las excepciones; tantas, que podrían ser ellas, con tanta o más razón, las que abonasen los axiomas opuestos.
Cada vez que oigo en televisión esa muletilla de «Consulte a su farmacéutico», me digo si no sería mejor suprimirla o tal vez cambiarla, porque en lo tocante a enfermedades,síntomas y tratamientos, son los médicos quienes debieran pronunciarse. Quizá obedezca a una estrategia del Ministerio correspondiente para quitar presión sobre la Atención Primaria y así poder cerrar los Centros de Salud a media tarde, con el consiguiente ahorro de personal. Sin embargo, esta mañana me he pasado por una farmacia: «Moqueo, flemas, accesos de tos… ¿Qué me recomienda?» La empleada (ignoro si farmacéutica, para más inri)me ha mirado con cariño, aconsejado un jarabe, asegurado que mejoraré en pocos días y me he ido tan contento.
¿Otro ejemplo? Hace unos meses escribí un artículo en prensa poniendo a los empleados de Iberia de vuelta y media a propósito de una maleta perdida. El pasado viernes hube de comprar un nuevo pasaje por haber olvidado el Certificado de Residente; la amabilidad de quienes me atendieron fue diluyendo mi inicial enfado e incluso se esforzaron en unos trámites que harán posible el reembolso del primer billete, cosa que no les había pedido.
Estoy pensando en volver al aeropuerto e invitarlos a un café. Si no llego a tanto, por lo menos voy a intentar en lo sucesivo no confundir el tocino con la velocidad; la excepción con la norma. De hacer todos lo mismo, quizá la adrenalina se batiría en retirada y la tensión arterial, desbocada con Rajoy, lo agradecería.