Dos Papas alcanzarán la santidad al unísono cualquier mes de estos, lo que equivale para el actual, Francisco, a poner una pica en Flandes. Y es que, encima, parece que en uno de ellos, Juan XXIII, no se cumple el requisito de contar con otro milagro tras ser declarado Beato, aunque no hay norma inviolable si uno sabe lo que quiere y, en esa línea, Francisco ha argumentado sin vuelta de hoja: Wojtila (Juan, en el escalafón) era persona virtuosa como es sabido, así que algún milagro tendrá por ahí. Y ya saldrá.
Los portentos que acreditaron la beatitud de ambos, condición previa a la santidad, no tienen desperdicio. La foto de Juan, sobre el vientre de una monja, bastó para curarla de la peritonitis (otros dicen que en realidad sufría de Parkinson, aunque para el caso poco importe). En cuanto a Pío, del que se conoce su colaboración con el nazismo siquiera por omisión, el milagro requerido vino de la mano de sus sucesor quien, ya en condiciones de subir a los altares, tuvo un gesto altruista para con su colega. El caso es que a una mujer, afecta de un linfoma, se le apareció en sueños Juan XXIII, que le aconsejó rezar a ése hombre flaco cuya foto le mostró. Ya curada, cuál sería su sorpresa cuando vio un día la imagen de Pío XII y, estupefacta, exclamó: ¡Pero si es a quien yo he estado rezando sin saberlo!
Como puede apreciarse, diseñar un milagro no es difícil, máxime en estos tiempos de avanzada tecnología, y si las fotos allanaron en ambos casos el camino hacia lo sobrenatural, imaginen lo que pueda ocurrir con Internet y la realidad virtual. Aunque los testimonios carnales sigan siendo obligados. Yo mismo, durante mi vida profesional, he sido requerido en dos ocasiones para certificar evoluciones supuestamente milagrosas. No lo hice, aunque si llega a ser Bárcenas quien lo hubiera sugerido, tal vez lo habría pensado mejor y es que, como sabe cualquiera a día de hoy, también los sobres obran milagros. Y menos cuestionables que los papales, que a saber tú.