Difícil, y es que el afán recaudatorio no respeta siquiera las pulsiones más íntimas, aprovechadas, como tantas otras cosas (desde pasarte 5 kms en la velocidad o cinco minutos en zona de ORA), para saquearte el bolsillo. En Barcelona, 120 euros por escupir en la vía pública, 180 por orinar y 240 por defecar; una gradación de sesenta en sesenta que no es moco de pavo y, encima, sin relación con el volumen de lo expulsado y discriminatoria cuando se compara con las penas impuestas a los dueños de perros por cuestiones similares excepto en lo que hace a los gargajos, porque los canes, hasta donde sé, no escupen. Y eso que salen ganando.
Pero lo más preocupante de la cuestión es que no se habiliten aseos públicos en número suficiente. En Barcelona, el Ayuntamiento menciona 104 urinarios, aunque con distintos horarios; la mayoría cierran de noche, los festivos o sólo abren en verano… E igual sucede en Palma. Los mingitorios de titularidad pública son insuficientes y el problema no se va a solucionar construyendo otros seis como se proyecta con cicatería, de modo que los urinarios de bares y restaurantes, de propiedad privada y en consecuencia de uso discrecional (los dueños podrían autorizar su empleo únicamente a los clientes), son una solución precaria a no ser que la utilización universal se incentivase con contrapartidas: rebajas en las tasas municipales a quienes presten su local para alivio de cualquiera, o siquiera una cesta por Navidad.
El tema es perentorio, como corresponde a los apremios fisiológicos. Claro que nuestros próceres podrían idear alternativas; sin coste alguno, e incluso diversificarían la imagen de Mallorca en los periódicos alemanes y más allá de Punta Ballena. A modo de ejemplos, comercializar colectores, urinarios o fecales, de quita y pon, que podrían ser vaciados en el propio domicilio. O embudos flexibles -al parecer ya son empleados en los carnavales de Río por las mujeres- que permiten orinar de pie como los varones. En cualquier parterre o bien, por evitar el acoso policial, acumular el desecho en una bolsa pegada al muslo. A eso se le llama soluciones imaginativas para promoción de las manufacturas locales, y no querer ahorrar cuatro perras eliminando la Orquesta Sinfónica o una paga a los funcionarios, que son recursos al alcance de cualquier mediocre. De no ser así, y si los empresarios de los bares se ponen farrucos, nos veremos obligados a cagarnos la pata abajo mientras silbamos. Para disimular y evitar la multa. En el ínterin, a ver qué deciden estas luminarias que nos organizan: desde la vida, a los detritus y su destino final.
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