Ahora se trata de la Sinfónica, y es que reducirnos al silencio, y utilizarlo como coartada en lo que a ellos concierne, es el único modo de seguir con sus despropósitos aparentando normalidad: que no pasa nada. Pero ayer, y pese a los torpes designios políticos, la Orquesta Sinfónica de Baleares, amenazada en su futuro, llenó el paseo del Borne de apoyos y melodías.
Quieren acabar con ella. No pagan a los músicos desde hace un par de meses, proponen despedir a unos cuantos o reducir sus sueldos: los de todos. En la práctica la Sinfónica está en solfa y nunca mejor dicho, aunque tras lo visto y oído no van a hacerla callar. Ni a nosotros, y su intento quedará en metáfora que los define, porque lo suyo es silenciar, sea la música o cualquier evidencia que los delate.
Se ha hecho patente que dan la callada por respuesta cuando se les emplaza a explicar los corruptos entresijos que Bárcenas airea. Las bocas cerradas en espera de que el temporal amaine y, entretanto, se aplican en reprimir las voces que denuncian. Aunque sea con pelotas de goma. Quieren el silencio, sea por aposición (hablar de cualquier cosa excepto de aquello que debieran) o con deposición. Y es que sus excusas huelen. Sin embargo, sólo prospera en el tiempo el silencio de los cementerios, así que, o terminan con nosotros, o el clamor subirá de tono y su amortiguación será imposible. Lo ocurrido con la Sinfónica es un ejemplo.
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Un placer que se extienda la denuncia. No hemos de callar, por más que silencio avisen o amenacen miedo… Son palabras de Quevedo, pero siguen de rabiosa actualidad.
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