Como podía preverse, ni Rajoy, aplaudido a rabiar por los de su cuerda (cinco veces en los primeros ocho minutos), ha rendido cuentas, ni la oposición ha podido ir más allá de sugerir -que no exigir, porque no están en disposición de hacerlo- la dimisión. En bien de un País que, para el uno, se resiente de ese complot contra su liderazgo, y para los otros se desangra por mor de los manejos de un Presidente que ha perdido toda legitimidad.
Cada quien se ha ceñido al discurso que podía esperarse de antemano. Del «Váyase, Sr.Rajoy», que recordaba a Aznar y más de lo mismo, a un Presidente que aseguraba no iba a entrar en el tú más, aunque no haya tenido empacho en aludir al caso Faisán o al exdirector de la Guardia Civil, Sr. Roldán, en cuanto le ha convenido. En ese intercambio de acusaciones, salpicadas con el repetido «Fin de la cita» como única novedad expositiva, sólo me ha sacado del aburrimiento la ocurrencia de Rubalcaba cuando, a partir de la contabilidad B, en el centro de la polémica, ha seguido glosando la consonante: be de blanqueo, de Bárcenas, de bronca y bochorno.
De inmediato he pensado que, con algunas palabras acabadas en «lo», habría dado más juego. Y es que cuando al Partido en el Gobierno le escuece un asunto, suelen ocultarlo (listas de espera), posponerlo (la propia comparecencia de Rajoy), desmentirlo, difuminarlo, minimizarlo y banalizarlo, subordinarlo a otros aconteceres, complicarlo lo indecible, delegarlo… Y de precisar más «los», lo habría tenido fácil: ese lóbrego lodazal en que andan metidos les pesa como una losa, y ha pasado a alimentar a toda esa logia y su logotipo: el del PP. Por lo menos tan ocurrente como Rubalcaba, ¿no? Con dos bés. De beligerante baldío.