Habrán observado la frecuencia con que determinados acontecimientos (o considerados así, por más que a la mayoría nos importen una higa) se subrayan con algún detalle que los resalte; como si, sabedores de su discutible interés, los protagonistas quisieran afianzarlos en la memoria colectiva por algo más. Puede tratarse del cumpleaños de cualquier mandamás, la visita de alguien con relevancia política o, como ha ocurrido hace poco, la recobrada sintonía de nuestro Rey con el de Marruecos.
Una empatía que daría para otro post, pero en éste quiero llamar la atención sobre la suelta de presos, aunque mejor habría sido soltar palomas, en vista de la cagada. Además, tampoco me queda clara la justificación que permite ponerse la ley y las condenas por montera si así se decide a los postres. Tal vez se considere, al elegir la guinda para aumentar el eco mediático del evento, el ahorro que resultará de la ocurrencia. Quizá por eso se libere a unos cuantos reclusos, que dejarán de vivir de los recursos públicos, en lugar de aumentar por ejemplo la cuantía de los premios de la lotería (menos beneficio para las arcas del Estado), devolver la paga hurtada a los funcionarios o rebajar el IVA de actividades culturales.
Puestos a dar ideas, ¿no podría eliminarse una estructura política de componenda, o unos cuantos asesores de confianza, en cada efeméride u ocurrencia? Se lograría más ahorro que con los presos y -lo que no es cuestión menor- mayor consenso. Quiero decir que el Rey se abraza con su homónimo y, al día siguiente, se suprimen las Diputaciones; cumple años el jerifalte y al carajo el Senado, se rinde Artur Mas y desaparecen esos Consejos intermunicipales que doblan el sueldo de los alcaldes en Cataluña… Me atrevo a asegurar desde ya mismo que los sucesos de más o menos enjundia, en el origen de tales decisiones, serían recordados en siglos venideros, si es de lo que se trata. Y, encima, ese pederasta excarcelado por unos días no habría sido noticia. Porque estamos necesitados de otras.