Ha comenzado la Liga. Entre pesadez y pesadilla, y es que el asunto pasa de castaño oscuro. Las emisoras de radio comentando al unísono las mismas naderías que quieren vestir de espectaculoooooo; tardes y noches en las que pareciera que no hay otra cosa que nos pueda interesar, iguales declaraciones, vacuas y predecibles, un año tras otro y sin que merme la popularidad de esos multimillonarios por darle al balón con suerte dispar. Y durante decenios, más de lo mismo… Porque es un deporte popular; tanto como lo es la estupidez, apostilló Borges con buen criterio. En resumen: veintidós tipos correteando por unos dineros que, empleados con mejor tino, solucionarían muchos problemas.
Pero si las cantidades que se mueven, mueven también a la indignación, los eufemismos que se gastan son bofetadas a la inteligencia. La selección es «La Roja», pero los jugadores, «los de la Roja» o «Rojillos», porque llamarles rojos podría confundir a la afición y reforzar a la Izquierda. Imaginen ciertos eslóganes vociferados con pasión. ¡Rojos, a por ellos! En cuanto a los del Mallorca y por iguales motivos, tampoco son rojos sino, ¡cágate lorito!, bermellones, y es la pobreza léxica, deduzco, lo que ha impedido designarlos también como bermejos, colorados, encarnados, sanguinolentos, carmesíes o rubros. Cualquier cosa menos rojos.
Desde ahora mismo, me hago el firme propósito de no volver sobre el tema. Porque no lo merece; porque es cansino, reiterativo, a veces cortina de humo y, cuando ellos opinan, para echarse a llorar. Aunque se trate del «Míster» de turno. Por lo demás, y en la actual coyuntura socioeconómica, semejante montaje se me antoja una auténtica vergüenza colectiva.