El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha aconsejado un pacto entre empresarios y Sindicatos -brillante idea, por lo novedosa- para mejorar el empleo. Se recortarían los salarios un 10% en el plazo de dos años y, en contrapartida, los empresarios aumentarían la contratación, mientras que el Estado autorizaría una reducción en la contribución a la S.S. cercana al 2%.
Vayamos por partes. El 60% de la población gana menos de 1000 euros al mes; más de 200.000 personas han quedado ya si techo… ¿Es la solución seguir encarnizándose con los de siempre? Y asumir la idea aún se hace más cuesta arriba si se consideran algunas evidencias: un Senado inútil y que cuesta lo suyo al igual que las Diputaciones, más de 20000 coches oficiales, 50 canales de TV regionales con pérdidas, cargos, carguetes y carguitos de confianza… Y, por añadidura, ¿quién garantiza que los empresarios cumplirían con su parte y contratarían más, en lugar de aumentar los beneficios por la disminución de costes laborales?
Mi opinión, claro está, no pasa de eso, de opinión, pero lo mismo sucede con la del FMI, una institución que emplea una metodología manifiestamente acientífica, que en su día no fue capaz de prever la crisis y cuyas recomendaciones y ajustes, propuestas con anterioridad, han sido muchas veces y como ellos mismos reconocen, un fracaso. Por lo demás, tampoco algunos de sus dirigentes, Rodrigo Rato o Strauss-Kahn, exhiben una trayectoria como para echar cohetes. Y dado que los supuestos expertos dictaminan bajo el paradigma de la incertidumbre, sería igualmente fiable propugnar que se bajase el sueldo sólo a quienes superen determinada cantidad. Incluidos ellos mismos. O que se combata el paro a bastonazos. Total, y si las medidas no funcionan, nadie va a exigirles responsabilidades. Eso sí está comprobado hasta la saciedad.