Hace unos meses, exactamente el 22 de junio, escribí unas líneas sobre el tal, a propósito de la entrevista que cayó en mis manos. Valoré sus declaraciones en unos términos que no pueden calificarse de elogiosos, por considerarlas propias de quien antepone las ganas de vender -pasar por lúcido, conciencia de incautos y, de paso, promocionar su libro- al rigor que debiera presidir los juicios sobre temas que afectan directamente a muchos y que, por lo mismo, exigen más preparación que la que el Sr. Gérvas traslucía.
Y porque ese charlatán de tres al cuarto -siquiera con relación a la medicina- no daba a mi juicio más de sí, me ha sorprendido el número de visitantes del blog interesados en dicho post. En días siguientes pensé que pudiera tratarse de un hecho pasajero, pero no ha sido así, lo que me ha inducido a suponer si acaso no será él y sus ganas de notoriedad, sino las opiniones que vierte en cuanto tiene ocasión, más que cuestionables, las que concitan cierto interés. Y de estar en lo cierto, el asunto pasaría de ridículo a preocupante. No es la primera vez que compruebo algo parecido: que las digresiones sobre cualquier necedad que se relacione con salud o su pérdida, llámese reiki, energías positivas o auriculoterapia, procuran mayor audiencia que los consejos o explicaciones basados en la evidencia científica. Y que cualquier embaucador con afán de protagonismo (estos días tengo entre manos «La enzima prodigiosa», el libro de un japonés pasado de rosca y al que dedicaré unas líneas en prensa próximamente) lo tiene más fácil, para convencer y modificar actitudes y comportamientos, que profesionales con centenares de publicaciones serias a sus espaldas.
Si esa deriva social, crédula por mal informada, hubiera sido apuntada por el Sr. Gérvas en la citada entrevista, mi opinión sobre él sería otra. Aunque sin duda vendería menos libros; muchos menos que los dos millones que lleva el japonés que les comentaba y a quien seguramente debe admirar el extremeño. Pero no debe preocuparse: se parecen como dos gotas de agua y, para ambos, me pregunto si acaso no se justificaría una censura contra la sandez que contribuyese a la adecuada educación sanitaria. En bien de todos.