La guerra civil en Siria es un ejemplo más de descoordinación, inseguridad e improvisación por parte de Occidente. Cuestiones, por otra parte, que se hacen evidentes en cuanto surge un problema que precisa de consenso aunque sólo sea para el correcto diagnóstico. Ya no les cuento si hablamos de tratamiento y, para muestra, el botón de la crisis y las recetas múltiples y contradictorias. Respecto al más que probable uso de armas químicas en las cercanías de Damasco, sin duda se trata de una perversión (cualquier violencia lo es, máxime si indiscriminada), aunque diagnóstico y terapia requerirían de galenos con mejor preparación; equipos de profesionales que no convirtiesen la patología, cuando detectada, en un problema metafísico.
A falta de que se defina con total certeza la autoría de los hechos, si el responsable ha sido Bashar al Assad o acaso la oposición (y siguen las dudas sobre cuál sería la mejor apuesta para el futuro), la inicial indignación de los justicieros se ha transformado en un «Usted primero y después ya se verá». Rusia comenzó negando los hechos para seguidamente ponerlos en duda y finalmente que podría ser, aunque las evidencias en su caso estén conscientemente oscurecidas por la alianza que vienen manteniendo con el Dictador. El calentón de Cameron se enfrió tras el jarro de agua fría que le vertieron encima los miembros de su propio Partido, Obama rumia y acota (nada de tropas terrestres, unos cuantos misiles y sin sobrepasar los tres meses), Hollande con el culo al aire mientras clama por una coalición internacional, Alemania instalada en el wait and see, y la OTAN descarta abanderar una acción militar aunque la crea imprescindible. En cuanto a nosotros, pues Rajoy echando pelotas fuera como acostumbra, y paseando por su Galicia para refrescar las ideas. Porque ha sido un verano que no incitaba precisamente a pronunciarse. ¡Menudo calor! Ni tan solo hacerlo respecto a su amado tesorero.
Cierto es que el asunto se las trae, porque no se antoja sencillo decidir sobre lo que hacer y, por ende, tampoco contamos con la seguridad de que se mida a todos por el mismo rasero: a quienes hoy esparcen gas Sarín en el Próximo Oriente o ayer Napalm, allá por Vietnam. En esas circunstancias, la legitimidad de quienes se erigen en jueces podría también ponerse en solfa. Frente a tamaña complejidad quizá sería oportuno, aunque fuera como entrenamiento para la coordinación de ulteriores acciones, retirar las sustancias químicas que esparcen en forma de sahumerios los presuntos salvadores de almas.
Porque tampoco es de recibo que, entre las humaredas, interfieran en las decisiones terrenales, pretendan restringir derechos en sintonía con los reaccionarios de siempre y sigan apalancados tras una historia de represión y muerte, durante siglos, que no tiene parangón. Si hubiera de pronunciarme, Napalm, incienso y Sarín, todos al mismo saco. Sería lo justo. Y tal vez fuese el inicio de una nueva era. Que la estamos necesitando.