El aumento de impuestos sólo quita el sueño a quienes deben hacer números para llegar a fin de mes. Sólo se atienen a las prohibiciones los timoratos, y si hemos de hablar de medio ambiente y la conveniencia de preservar el territorio, podemos echar mano de la Amazonia como pulmón del planeta y la importancia de consevar la selva. Total, queda lejos y largo me lo fías.
De la Amazonia, que llenó mis sueños por muchos años, quizá les comente más en próxima ocasión, pero es su galopante deterioro el que me ha inducido hoy a mirar en derredor hasta que he dado con el título del post. Y es que parece mentira que el presidente de Ecuador, Correa, autorice, a cambio del vil metal, la extracción de petróleo en una zona selvática declarada Reserva Natural de la Biosfera. Pero aquí, quien disponía de pasta no tuvo empacho en depositarla en el extraradio, llámese Suiza, Luxemburgo o Las Antillas, y no precisamente con fines conservacionistas. La jugada les salió bien porque han podido repatriarla a bajo coste, y es que el blanqueo sale barato si se hace con cabeza.
De modo que podrán poner de vuelta y media a Correa y su materialismo en cualquier tertulia de sobremesa. Y quedar bien. O a los países que mucho hablar pero contribuyen poco a eso de la biosfera. Se advierte lo centrífugo de la opinión, mientras que los dineros propios, centrípetos al final de su viaje por cualquier paraíso fiscal. En cuanto a la ley, por el forro. Y por no llevar la mirada más allá del ombligo (mirada también centrípeta), cabrá subrayar que a la destrucción del territorio no se le llamó «Balearización» por simples ganas de fastidiar, así que igual Correa, allá por Ecuador, sólo hace que balearizar la selva en plan copión.
También aquí seguimos en eso, siquiera por no perder las señas de identidad. En los últimos 25 años y según un reciente informe, el municipio de Calviá ocupa el segundo lugar del ranking español en lo que hace a destrucción costera de la primera línea. Sólo es superado por la Comunidad Valenciana. Y por no convertir el lítoral en emblema de la burbuja constructora, el Consell de Govern de estas islas ha remitido recientemente al Parlamento una ley que permitirá la legalización de una 20.000 edificaciones en suelo rústico y que en su día se saltaron la ley a la torera. Bastará con que el salto tenga más de ocho años de antigüedad. Sólo nos faltarían indicios de petróleo para que la deforestación de la Amazonía se convirtiese en juego de niños. Entretanto, pelotas fuera, centrífugas, y hay que ver cómo son estos ecuatorianos y lo poco que cuidan su territorio. Que parece mentira. Y es que no es lo mismo construir que derribar. Obvio. ¿O no?