Seguramente habrán leído que una niña gitana ha sido expulsada de Francia por no tener, ella y su familia, los papeles en regla. Es el camino que también andamos por estos pagos desde hace tiempo, pero hay más: ya los hay que no pueden utilizar servicios básicos, y alguno ha muerto por falta de asistencia sanitaria en tiempo y forma. Simplemente por estar aquí. Y por escapar de sus propias fronteras se ahogan en Lampedusa, en Gibraltar… o son abatidos allá en las américas por querer pasar, desde Méjico, a la democracia más antigua del mundo. Aunque no se antoje la más justa.
¡Dichosas fronteras! Ahí tenemos, justo a nuestro lado, las de género, las de clase social y la que separa salud de enfermedad; la frontera de la ciencia para que, más allá de la misma, crezcan un sinfín de embustes que abona la ignorancia… Límites fronterizos que nos imponen, que aceptamos por miedo, por pereza y esos otros que, cuando permeables, hay quien se empeña en taponar cubriéndolos de trapos con los colores de cualquier bandera. Y están las fronteras de la pobreza con la miseria o aquellas que, fruto de los más variopintos convencionalismos, nos aíslan de nuestros semejantes. El otro día ví a un negro (debería escribir subsahariano, por respetar la artificiosa frontera de lo políticamente correcto) rebuscando en la basura, y se me hizo evidente que estaba rodeado de tantas fronteras que sin ayuda nunca podría traspasarlas todas. Incluso de echarle una mano, porque deberían ser las dos. Supuse que sabía de ellas, que las sentía aunque no pudiera o no quisiera verbalizarlas. Lo leí en sus ojos y, al alejarme, me dí a pensar que fuese yo quien estuviera en su país, sin techo, idioma ni dinero y, por toda compañía, la del contenedor. Es entonces cuando se me ocurrió escribir esta nota.
¡Malditas fronteras! Creo que colaboraría en un empeño común para terminar con ellas allá donde las encontremos. A saltarlas, destrozarlas con un abrazo, convivir sin ellas hasta que perdiesen su razón de ser… Y de respetar alguna junto a la que se revela inexpugnable, la frontera de la muerte, que fuese únicamente la de la imaginación para cada quién. A mí me gusta creer que sería posible. Por eso huyo de los nacionalismos, no estoy afiliado a nada excepto a la Seguridad Social hasta que ésta aguante, ni quiero tener otras certezas (también son fronteras) que las del cariño. Si algunos más compartiesen la idea podríamos, de entrada, brindar por ella. ¡Ah!: en la foto de al lado, sobra la coma tras el «sueña», pero no he conseguido suprimirla. Como tampoco, aún, tanta frontera.
Totalmente de acuerdo con las reflexiones que expones. Muy buen post.
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¡Hombre…! Sabía que compartirías la idea. Habrá que brindar.
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Es bonito. Suena bien. Pero es muy demagógico. El problema no son las fronteras sino cómo se construyen, qué persiguen y qué dejan atrás. La ampliación de fronteras, algo muy deseable según el post, pierde su razón cuando las expande el nazismo. Cuando se conquista por la fuerza. El pequeño alcance de las fronteras familiares, a todas luces injustas, radica en sentimientos arraigados y bastante extendidos. Las fronteras se generan por razones a veces geoestratégicas, a veces por razones pragmáticas de conveniencia en la gestión, a veces por sentimiento étnico de grupo, a veces por delirios de un hombre.
No veo que los que defienden la unidad de España, a la que prefieren desigual y en paro mientras los que mandan :-(que no son ellos) estén contentos puedan aleccionar desde su nacionalismo.
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Puedo estar de acuerdo con la mayoría de tus reflexiones, lo que, en cualquier caso, diría que no resta valor a lo que no es un análisis puramente racional sino también inspirado en los sentimientos y, por tanto, subjetivo y falible. No obstante, e incorporando cuantas excepciones y matices se quieran, me reafirmo en lo que no es sino una idea general, un marco desde el que reflexionar sobre cualquier frontera. Y es que no se trata de una vara de medir ni una tesis doctoral, sino de un pálpito para compartir. En cuanto a tus últimas líneas sobre el nacionalismo, el post pretendía una pincelada de ámbito más general; de entrar en el debate próximo, España y el nacionalismo central enfrentado al periférico, por llamarlo como se acostumbra, los argumentos son otros y, la verdad, creo que precisaría de escenario distinto al del blog.
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Es bonito y suena buen. Disfrutémoslo pues.
De demagógico tiene lo que cada uno quiera interpretar.
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Comprenderán, los comentaristas de «Dichosas fronteras», que no vuelva a pronunciarme, toda vez que podría interpretarse como una opinión parcial. Y no les faltaría razón.
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Invita a reflexionar
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