Mayor discreción, ya que no más vergüenza, es lo menos que cabría pedir a quienes, aunque sea de oídas, deben conocer la miseria en que se debaten muchos de sus compatriotas. Hacer de la boda, el pasado sábado, un acontecimiento inolvidable para ellos, sus familiares y los amigos, supongo que habría sido posible sin necesidad de proclamar a los cuatro vientos un poder económico prodigado en fastos que son un ultraje. Porque el costo de los eventos habría bastado para cubrir las necesidades básicas de toda una región, en la India, durante años.
No era necesario airear la cena de un millón de euros cuando, en paralelo, miles de personas se esfuerzan, a través de organizaciones varias, en conseguir unas migajas para potabilizar el agua, paliar la hambruna o aumentar la esperanza de vida, siquiera de los niños, a través de la vacunación. El novio podría haberse evitado la cabalgada en un corcel blanco tras unos días de festejos que sin duda habrán dejado pingües beneficios a la ciudad de Barcelona, pero que son una afrenta para un país, el suyo, que se debate en el esfuerzo por la mera supervivencia.
Sin duda, el tío de la novia y su multimillonaria empresa, Arcelor Mittal, podrían haber ofrecido al mundo menos espectáculo y mayor conciencia respecto a los tiempos que corren: aquí y, con más crueldad por sobre 1100 millones de seres humanos, allá en su tierra.
Dicen que todo escritor oculta un moralista. Quizá no sea cierto (chirrían sujetos como Céline o Jünger), pero qué le vamos a hacer, a veces no queda más remedio.
El signo de los tiempos no es la desigualdad/injusticia -de eso hubo siempre a paladas-, sino la indecente ostentación del lujo más hortera y oneroso, bajo un argumento irrefutable: «por mis cojones».
¿Y qué decir de la sumisión genuflexa de los antaño «poderes públicos» y hogaño palmeros lúbricos? Los mismos que admiten la evasión fiscal masiva, los que dan curso a EREs fraudulentos, se presentan en el banquete a rechupar langostinos por la jeró.
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La indecencia no es andar por ahí en paños menores, sino creer que mostrarse al desnudo embelesa al personal. Y más que ejercer de moralista, yo creo que se trata de hacerles llegar -que no lo sabrán y, además, les importaría un comino, pero esa es otra cuestión- que no quedamos extasiados con su penosa masturbación.
Debería haber un clamor de repudio. Aquí y, sobre todo, allá en su tierra, donde ni siquiera se enterarán de cómo se las gastan sus adinerados compatriotas. En cuanto a los asistentes, pues a rechupar langostinos, como bien dices. Y ancha es Castilla.
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