Dicen que, a quien llegó a lo más alto, ya sólo le queda bajar teniendo cuidado en no tropezar. Mal asunto ése de alcanzar la cumbre sin otra meta ulterior que cuidar los tobillos; sin embargo, algo debe tener la fama cuando tantos la persiguen y, una vez instalados, intentan blindarse con uñas y dientes aunque aparenten que hicieron cima sin premeditación, casi contra su voluntad y sin pensar siquiera, alguna vez, en relativizarla por aquello de Camús: que para ser famoso basta con que uno dé muerte a su portera.
Hasta aquí, mera lucubración. Lo que sí puedo certificar es que la fama ajena puede provocar en el espectador -en el lector, por mi experiencia- efectos indeseables. Si determinado autor ha alcanzado un éxito clamoroso por algo debe ser -nos decimos- y, atraído por ese olor de multitudes, uno decide leer al famoso con la esperanza de verse transportado, hechizado, atrapado por estilo o argumento lo cual puede ocurrir, ¡cómo no!, aunque mis dos últimas experiencias hayan sido en cierta medida frustrantes.
Por fin, después de muchos años posponiéndolo, me tragué el libro emblemático de Fitzgerald, «El gran Gatsby» y, tras el punto y final, me pasé días preguntándome cómo era posible que esa obra maestra, al decir de sus exégetas, no me hubiera atravesado el alma. Después, con el siguiente, «Silencio», un libro de relatos de la brasileña Clarice Lispector, la cosa empeoró y llegué a pensar si acaso tendría embotada la sensibilidad o se trataba de un incipiente deterioro mental lo que me impedía disfrutar de la sin par belleza que glosaba el prólogo. Pero no lo creo. Muchos de los cuentos me siguen sonando a tomadura de pelo: absolutamente ininteligibles y un fluir de conciencia -de la autora- sin pies ni cabeza. Concluyo que en ocasiones, merced a la fama, nos pasan gato por liebre y encima pueden dejarnos en la duda de si se tratará de un déficit personal. Afortunadamente, decidí hace mucho tiempo y tras otras experiencias de parecido jaez, que la fama del autor no condicionará mi juicio sobre su trabajo; una actitud que les recomiendo si quieren primar su verdad por sobre los cantos de sirena y afianzar la autoestima, lo cual nunca viene mal. Sólo faltaría que, de no apreciar mérito en el famoso, la culpa fuese del lector y, a más de hastiado, deprimido. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Yo en las librerías nunca miro la estantería de los Best Sellers…
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Creo que haces muy bien. Sin embargo, solemos comprar el libro tras haber leído una crítica elogiosa, por sonarnos elnombre del autor (la fama)… Y no son infrecuentes las decepciones, Tanto como las sorpresas agradables que puede brindarnos un desconocido; sin embargo, ¿quién se atreve a invertir en un desconocido?
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