A fecha de hoy, las manifestaciones duran ya más de diez días y no es la clase pudiente quien las promueve, como han dicho los jerifaltes, sino una situación de progresivo deterioro frente a la que el Gobierno de Maduro se revela impotente; entre otras cosas, por su manifiesta incapacidad de lograr consenso alguno. La inflación supera el 26%, el desabastecimiento, incluso de productos básicos, ha alcanzado cotas nunca vistas y el 70% de los bienes deben importarse, cuadruplicando el índice de hace diez años. En cuanto a las exportaciones, han disminuido y ello afecta también al petróleo, su principal riqueza. Como resultado de todo ello, el bolivar se ha devaluado diez veces y es la moneda más depreciada de América Latina.

Los once muertos contabilizados, y más de un centenar de heridos, son la fatídica consecuencia de una política errática, así que déjense ya, Presidente y sus turiferarios, de ver complots internacionales hasta en la misma sopa. Que si la CIA entre bambalinas, que si «Una feroz ofensiva-como apuntó un Ministro- de los medios de comunicación contra nuestra economía…». Porque es de no creer el modo que tienen de sacudirse las pulgas los mandamases. Recuerden que, aquí, es siempre la herencia recibida de los anteriores; allá, Obama y sus secuaces que también, según el propio Maduro, estuvieron tras el cáncer de Chávez, fallecido en marzo de 2013. Como si se lo hubieran inoculado, vamos, aunque y desde que enfermó, la información sobre los tratamientos recibidos en Cuba brillase por su ausencia, haciendo gala de parecido oscurantismo que el que sobrevuela la gestión del país.

Venezuela es hoy el 5º país más violento del mundo. Cuando lo visité, me advirtieron en el hotel del peligro que había corrido trasladándome en taxi desde el aeropuerto; podrían habernos desvalijado y, en parecida línea, me desaconsejaron pasear por Caracas esa tarde. No les hice caso y presencié tres robos en un par de horas. Por lo que se ve y se lee, buena parte de la población ha reaccionado ante la situación y protesta activamente frente a la deriva de un país con un régimen totalitario de la peor ralea porque, encima, presume de una sensibilidad social que los hechos contradicen. Y eso no es madurez sino inepcia. Violencia y miseria se han enseñoreado de Venezuela, y ello no es el resultado de un contubernio internacional, por más que se empeñen. Reconocerlo sería obligado para empezar con los remedios.