En días pasados, el que tal vez sea el mejor tenista de todos los tiempos, Rafa Nadal, ha sido propuesto para su investidura como doctor honoris causa de la Universidad balear. No me cabe duda de que el jugador se merece, por esfuerzo y trayectoria, múltiples distinciones de las que por otra parte y a estas alturas no creo esté necesitado. Su moral ya debe estar por encima de esas mandangas y la vanidad colmada por un currículo objetivo y cuantificable. Cosa muy distinta a lo que sucede con los escritores, pongamos por ejemplo: de ego frágil por una obra que en el mejor de los casos (y largo me lo fías) juzgará la historia; en el peor, el crítico o el colega, y no sé qué es peor.
Pero a lo que iba. Digno de premios sí, pero no éste, y es que la Universidad debiera apostar, cuando quiera promocionarse y aumentar su visibilidad, que no la del galardonado (creo que es el caso con Nadal), por otros perfiles. Imaginen que la Nasa, por un decir, nombrase como su icono a Ferrán Adriá, la modelo de moda fuera premiada por un grupo investigador en física cuántica, se otorgara un Premio Goya a Aznar, la ONCE hiciese hijo adoptivo al Tata Martino o Nelson Mandela pasara a ser, a título póstumo, presidente honorífico de la Confederación Empresarial de La Rioja. Cuando menos sorprendente, ¿no? Pues igual ocurre en esta elección que rechina, y lo siento por tanto esforzado investigador sin otro eco que el que le devuelven las paredes del despacho; por tanta imaginación y empeño, científico o artístico, en espera no ya de mayor apoyo económico -una quimera- sino siquiera de una palmada de ánimo.
Nadal merece ser incluído como un ingrediente distinguido de la «Marca España» (aunque le aconsejaría pensarlo dos veces) o su imagen mimada por algún que otro Ministerio, sea el de Turismo o de la Juventud, amén de adornar la portada de «Vanity Fair», pero la Universidad debiera estar por el subrayado de otras actividades, y es que encima no creo que el tenista haya movido un dedo en ese sentido. Y claro que a nadie le amarga un dulce, pero hay otros que debieran saborearlo, toga mediante, aunque no hayan pisado Roland Garros. Lo que sucede es que la Universidad ha visto en Rafa el modo de hacerse con titulares aunque, a mi juicio, el desenfoque le haga flaco favor. Porque no es el tenis lo que ha de primarse desde las aulas y el paraninfo, ¿me explico?
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ADDENDUM: a fecha de hoy, 25 de marzo, me entero de que Rafa Nadal, a la vista de la polémica suscitada, rechaza el nombramiento. A mi juicio, la decisión le honra. El tenista no tiene ninguna necesidad de esas lisonjas porque en su campo es un número uno; cosa distinta es que la Universidad Balear quisiera aprovechar su tirón. Si ya me caía bien, desde ahora goza de mi admiración. Y no solo en el terreno deportivo.
Estoy de acuerdo. Lo que ha ganado Nadal es extraordinario pero no es actividad cientifica o artistica. Hay otros premios más adecuados.
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Viniendo de ti, con experiencia universitaria de décadas, la cosa parece aún más evidente.
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Te explicas y aciertas. La sandez se explica, quizá, por el ridículo endiosamiento del deporte, que ya no se sabe si es juego, negocio, espectáculo, apagafuegos, salud o tontoelquenosalte. La lógica deportiva (en nuestro solar patrio, ganar como sea, aun ciscándose en el reglamento y en la madre del adversario), eso que se resume en un puro ranking de puros números, nos lleva a toda clase de idioteces. Por ejemplo, discutir cuál es la «mejor» novela del año, quién es el «mejor» tenista de todos los tiempos, dónde elaboran la «mejor» pizza de Manhattan, etc. De ahí, sin mucha reflexión, se llega al nombramiento de Messi como Ministro Plenipotenciario y Juez Supremo de la Armonía Cósmica con Distintintivo Blaugrana. Y en la grada aplaude la burricie, enfervorizada, para que también lo nombren Beato Máximo Vaticanus. ¿No es argentino el Papa? Pues eso. Bájese Maradona del pedestal, que lo ha puesto perdido de polvitos blancos, y erijan a este nuevo mendrugo de piernas inverosímiles.
No estoy muy al tanto, pero dada la pléyade de buenos tenistas que España anda exportando, es de suponer que muchos de ellos habrán pasado por el mismo cuerpo técnico. En algún lugar de la cadena, digo yo, habrá un entrenador, un preparador físico, un ojeador táctico o algo semejante al que podamos atribuir cierta parte del mérito. Pues a ese, si existe, que le doctoren Honoris Causa. A Nadal ya le vale con sus trofeos, la venta de calzoncillos y algún que otro reconocimiento, como las lagrimillas del recio querubín suizo.
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Nada más que añadir, excepto una pregunta: ¿quién es el «recio querubín suizo»?
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Estoy de acuerdo con el artículo y el comentario, pero también me quedo pensando en quién es el «recio querubín suizo».
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Esperemos que nos lo aclare. ¿Tal vez Federer, el tenista suizo?
¿Cómo va por California?
Un abrazo
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la arrogancia de los hombres «cultos» y de letras les impide ver que en el mundo real Rafeal Nadal constituye un ejemplo de persona muchísimo mas respetable y conocido que muchos de los pobres y sufridos intelectuales que tienen tanto mal para darse a conocer. Algo de envidia tal vez. A proposito, ¿hace algun deporte, Gustavo?
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Por comentarios previos que puede usted repasar, parece que mi opinión es compartida por otros. Por lo demás, naturalmente que Rafa Nadal es mucho más conocido que «muchos pobres y sufridos intelectuales», lo cual, por cierto, sólo evidencia eso: que los intelectuales no suelen gozar de popularidad, de «olor de multitudes», y es que las multitudes suelen estar por otras cosas de más fácil digestión. Por lo demás, me reafirmo en que pueden haber premios para cada actividad, pero no debiera confundirse el culo con las témporas, lo que en mi criterio ha ocurrido en este caso. Rafa merece mucho, pero la Universidad no está en su línea; simplemente porque debiera primar el tesón (o el éxito) en otras dedicaciones.
Y nada de envidia, amigo Héctor, porque jamás he pretendido llegarle, en el terreno en que es maestro, siquiera a la suela de los zapatos y, como sabe, la envidia surge de ese oscuro sentimiento de querer y no poder emular al envidiado.
A propósito: deporte sí, aunque no de competición. Para competir, prefiero utilizar el cerebro. Espero que sepa a qué me refiero. En mi juventud fui campeón de los 200 metros (conservo la medalla; mera nostalgia), y hacía footing hasta que me rompí el menisco. Ahora, gimnasia… Todo como hobby, claro. La mayor parte del día, podría ser tildado, por mis dedicaciones, de «pobre y sufrido intelectual», a más de médico. Todo ejercido, también, en el «mundo real».
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Quizá llego tarde, pero no me había percatado de que la cosa siguió adelante. Por alusiones…
1. El querubín suizo es, en efecto, Federer. Le profesé una absoluta admiración (lo he visto jugar, en carne mortal, en Roland Garros, en un palco cojonudo), hasta que rompió a llorar como una nena con coletas cuando perdió en Australia. Eso significa hacer de menos al rival, como si no tuviera derecho a su disfrute y debiera reprimir un sentimiento de culpa por el pobrecito perdedor, que a fin de cuentas solo había ganado antes 7.800 trofeos.
2. Los intelectuales no tienen que ser necesariamente más conocidos/reconocidos que Nadal, pero ¡oiga!, tampoco sistemáticamenmte MENOS. Una sociedad moderna y sana (si tal cosa existe) no puede poner todos los huevos de la admiración en una cesta. Nadal ya cosecha en las pistas de tenis, en las TVs, en las tertulias, en la publicidad, en la cuenta corriente, y todo se lo ha ganado, y más si fuera posible, para gozo suyo y nuestro. Pero concederle usía académico, justo en el país más rácano con sus científicos, es mear fuera del orinal.
3. Tengo envidia, sí. Me cambiaría AHORA MISMO, sin ningún tipo de restricción, por Cristiano Ronaldo. Le cambio la edad, la osamenta, la profesión, la familia, el cerebro, el salario, los paparazzi, el coñazo de los hinchas, los aplausos dominicales, los golazos, la jeta suya y la de su novia, la casa, los datos bancarios, todo, pero todo ¿eh?, de golpe y sin pensarlo y sin exigir forma alguna de retractación. Como esta vida perra no suele rebajarse a conceder los caprichitos, de momento, sigo de médico y juego al golf un día a la semana. Lo de intelectual, no sé, tal vez suene pretencioso.
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