El entierro hace dos días del ex Presidente de Gobierno, Adolfo Suarez, pondrá fin en corto plazo a ese aluvión hagiográfico de noticias sobre su vida y trayectoria, en tono laudatorio, que ha llegado a agobiar. Lisonjas y alabanzas sobre lo más dispar y que, a pesar de la indudable relevancia del personaje -aunque en la última década y más allá, eso no llevase aparejado el interés de los medios-, no dejan de llamar la atención.
También sorprenden otras cosas. Así, es cuando menos extraño que se anunciase por parte de su hijo y con anticipación, un fallecimiento que bien pudo haberse retrasado, como dijeron los médicos. Pero fue sin duda tal predicción, más propia del Abrenuncio (ya saben, aquel personaje de García Márquez cuya única facultad reseñable era la de poder predecir con exactitud fecha y hora de la muerte), la que facilitó esa profusión de necrológicas anticipadas y a la que tan aficionados somos por estos pagos para compensar, llegado el final, lo que en vida se silenció. Porque durante años no se habló de Suarez y fue enterrado en vida por esos -ahora rendidos admiradores- que han mantenido la boca cerrada desde mucho antes de que el ya fallecido enfermase de olvido.
La memoria colectiva no es memoria sino discurso, sentenció Gadamer. Y a eso hemos asistido: a discursos para la galería de algunos que en otro tiempo lo ningunearon a conciencia, desde Aznar al propio Rey. Por otra parte y si me permiten otra cita, es falso todo lo que ha sido reinterpretado por la memoria, porque más allá del incienso que han esparcido para la despedida, las cosas en su sitio: Adolfo Suarez se portó como un jabato frente a Tejero y propició la Transición, en efecto, pero cuando la Historia lo demandaba, porque antes no tuvo empacho, desde que se apuntó a vivir de la política, en abrazar los principios del Movimiento Nacional y ejercer cargos de relevancia, durante el franquismo, con igual semblante serio y concentrado.
Quienes tras la muerte del Dictador hicieron posible la Transición fueron muchos otros, así que menos lobos, aunque ello no suponga restarle mérito. Un hombre torturado, sí, de vida difícil, honesto con matices y que mereció mejores amigos, vistos algunos de los que en estos días se han proclamado como tales. Pero la compasión no debiera ocultarnos el bosque. Y es que los recuerdos, a toro pasado, a veces mienten o cuando menos maquillan la verdad. En esa línea muchas de las homilías; de las soflamas publicadas a mayor gloria de sus autores. Por lo demás, descanse en paz.
España, país de zánganos, zangolotinos y zampabollos, llora por Adolfo Suárez, muerto, aunque en vida los suyos y los de enfrente se conjuraron para bienjoderlo. Estuvo el hombre 5 años al mando de una cosa siniestra: inflaciones del 20%, atentados etarras o graposecuestros a días alternos, militares zorrocotrocos poniéndole la bayoneta en el pescuezo, Alfonso Guerra jodiendo la marrana, sindicatos y partidos diciendo qué hay de lo mío, la Iglesia también a lo suyo, que es dar la murga a los infieles, etc.
Allí estuvo, el pobre, capeando el temporal y a los traidores, sin llevarse una puta perra, mientras los buitres le iban haciendo la cama en la que luego se refocilarían arribistas y meretrices, chorizos y tusonas. Y el pueblo español, tan sabio, entre 1982 y 1986 le fue dando hostia tras hostia, jaleando insensatamente la triste pantomima de los canallas que hoy lloran como cocodrilos de mandíbulas nauseabundas.
Con sus lucisombras, que hasta en las gradas taurinas son inevitables, Suárez encarnó verdaderamente el espíritu de la reconciliación. Él abjuró de sus falangismos, como los peceros aceptaron el juego de la Monarquía y la bandera rojigualda, para que luego Felipe González sintonizara de lleno la onda de la socialdemocracia europea.
Hasta ahí, pero resulta que es mucho. No hacía falta, desde luego, el turiferio póstumo del pobre diablo al que vilipendiaron, menospreciaron y despacharon, y al que solo la desgracia familiar y el Alzheimer otorgaron nuevos tintes de respeto. Sin embargo, algo me dice que Suárez perdonó y a mis ojos su figura se acrecienta.
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