Ayer tarde, a mi alrededor, se instaló el silencio; esa quietud que, cuando la escuchas, te zumba suavemente en los oídos. Me estaba proponiendo reflexionar sobre la sesión en el Congreso y las irreconciliables posturas que mantienen el Gobierno y la coalición que lidera Artur Mas respecto a la consulta soberanista, como la llaman. Pero me ganó la ventana de enfrente y ese exterior pausado, casi inmovil si no surcase el cielo, de vez en cuando, cualquier pájaro apenas entrevisto. Y me puse a mirar embelesado. Como en trance. Debo confesar que ha sido el rato más pleno; el más gratificante de estas semanas.
Quizá no les aburran mis cuatro pinceladas sobre lo sucedido. Fuera, apenas nada, pero sí en mi interior porque me tenía por única compañía si exceptúo el gorrión a unos metros, posado en la barandilla. ¡Y hay que ver la de tonalidades que designamos cuando nos referimos a un genérico color verde! Supongo que los matices exigen de sosiego y por eso los pude apreciar. Todo se había detenido, incluso la brisa, pero cuanto veía tenía vida propia. Sólo es cuestión de despertarles el alma, que decía Melquíades, el gitano en la famosa novela de García Márquez. Y pobrecillo Gabo, el autor. Acaba de salir del hospital y tal vez nunca vuelva a escribir. Pero estoy seguro de que, cuando lo hacía, se realizaba. Como yo mismo en esa media hora que intento dibujar para que no se esfume en días venideros.
Creo que, siquiera por una vez, he estado al diapasón con el ocaso, y la serenidad me poseía como no recordaba hubiera sucedido en los últimos tiempos. Con igual intensidad que años atrás, cuando era joven, lo hacían los proyectos y aquellas insatisfacciones que buscaban desesperadamente un enemigo exterior con quien echar el pulso. Con el último sol se han venido mis padres, alguna que otra olvidada caricia y el beso de buenas noches. Nunca se puede regresar a nada pero hay que regresar para saberlo, escribió Carlos Pujol, y ayer tarde, ya casi anochecido, pude volver. Y dejarme abrazar por las nostalgias mientras seguía un vuelo de paloma, no sé si perseguida por los aconteceres de la vida -en su caso, quizá un gavilán- o de regreso al nido. Como yo mismo. También había una mariposa, y dejó de importarme el tiempo que se iba sin uncirlo al esfuerzo.
Ahora sé que Pascal tenía razón cuando afirmó que toda la desgracia de los hombres deriva de no saber quedarse quietos en una habitación. Y a ser posible con una ventana enfrente, se le olvidó añadir. En estos minutos, mientras escribo, todavía me embarga la sensación de que ayer, junto a mí, rondaba un poema. El silencio lo musitaba.
Gustavo – thanks very much for this piece
I have shared it for others to contemplate your reflective practice. Once in a while it is good, essential, to sit back and let your mind go where it wishes!
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I.m very glad to hear you again. to let our mind go away, tough we don.t know exactly where, is essential for our health, I think…
A big hug
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Una desconexión en toda regla. Ojalá saboreásemos más a menudo de situaciones como la que tan bien describes en esta ocasión. Hay quien solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena…
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Lo de Santa Bárbara también me suele pasar…
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En la película «Ratatouille» (cuyos dibujos animados encierran más de lo que parece), un terrible crítico gastronómico se reblandece cuando prueba un sencillo guiso que lo transporta de golpe al tiempo perdido de su infancia, cuando el mundo olía distinto y mamá parecía una roca inamovible.
Es urgente recuperar esa intimidad donde el tiempo juega a nuestro favor. Lo jodido es encontrar las ocasiones. Un buen amigo lleva más de 6 meses sin leer ningún periódico, sin escuchar ninguna emisora de radio, sin atender a la gresca hodierna. Sin llegar a tanto, yo suelo escuchar en el coche un concierto de Marcello, el Requiem de Mozart, el concierto para cello de Elgar… Y solo les encuentro un efecto adverso: cuesta horrores entrar al hospital.
De hecho, los que gozáis de la luminosidad mediterránea, esa luz irreverente que todos los días descubre un color hasta entonces innombrado, ¿cómo lo lográis? Es un formidable desafío al desempeño laboral.
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Es jodido encontrar las ocasiones, sí. Afortunadamente, de uvas a peras se te vienen solas y, si te pillan en buena disposición, incluso te atreves a saborearlas sin prisa… Cosa distinta es que coincidan con la hora de entrada al hospital, y es que la divagación no casa bien con los anticuerpos monoclonales. ¡Qué le vamos a hacer! Pero tampoco es cuestión de abandonar el mediterráneo por el Trastuzumab, digo yo.
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