A nadie extrañará que, en días de procesiones, ande uno reflexionando sobre su sentido y utilidad; una meditación estimulada por los cortes de tráfico y la presión de los guardias municipales para llevarte el coche o no dejarlo donde sueles, el atronador tamborileo y, con todo ello, esa cuenta atrás que, hasta la resurrección, parece que no vaya a terminar nunca. En tales circunstancias, los hay que miramos a los encapuchados, a los del cucurucho, con cierta suspicacia. Siempre me viene a la cabeza la conocida dieta del mismo nombre: del cucurucho. Se trata en síntesis de comer poco y follar mucho; además de rimar, dicen que obra milagros, quizá por aludir al disfraz de estas fechas. Pero a lo que iba: contemplados con recelo porque tiene su qué andar durante horas de una guisa que en otros tiempos era propia de condenados sometidos a pública humillación. Por hacer historia, parece que la capucha fue un invento de la Inquisición. Por eso, inquirir a día de hoy lo que esconden los cucuruchos,no estaría fuera de contexto y podría ser un modo de separar el grano de la paja.
Me explicaré porque, aunque la idea partió de mi contertulio, la hice mía de inmediato. Andar por la vía pública con la cara tapada roza la ilegalidad, e ignoro por qué el capuchón de las procesiones, los del Ku Klux Klan o el Burka, hayan de tener distinta consideración a no ser que, en el primer caso, de la capucha se deriven más posibilidades que la de refrendar lo que suele decirse coloquialmente: tonto de capirote. Veamos. Los encapirotados pueden adscribirse a tres categorías hasta donde se me ocurre: pedigüeños a los cielos, agradecidos por el favor o los de las purgaciones, es decir, arrepentidos y en trance de purgar sus errores. Son precisamente estos últimos, el filón de donde la Justicia podría extraer material para la investigación.
Se trataría, en síntesis, de identificar por sorpresa a los encapirotados de la recua para proceder a una primera subdivisión con nombre y apellidos. ¿Usted agradece, solicita o expía? Tras las comprobaciones de rigor y descartadas las engañifas, podría conseguirse que, en la última categoría, una parte de los corruptos de fe acendrada (adecuada etiqueta para bastantes miembros del PP) pasaran de penitentes a presuntos delincuentes en un plis, con el beneficio social consiguiente. ¿Con que expiando la mano larga, eh? Desde esta perspectiva entiendo que hubiese que mimar las procesiones aunque, con esta idea, ya me guardaré de ponerme yo mismo un capirote. Para no pasar por tonto de idem si puedo evitarlo y además, dado que no se me ocurriría pedir ni agradecer (categorías primera y segunda), para hurtarme al riesgo de terminar como la Infanta Cristina si se me adscribiese a la purgación: bajando la rampa de los juzgados.