Creímos que la transición iba encaminada a otra cosa y, entretanto, hacíamos la vista gorda a unas deficiencias que el tiempo y la madurez democrática terminarían por subsanar. Pero no ha sido así, y el devenir de estos casi cuarenta años desde que el Caudilo la diñó, parece querer devolvernos -con altibajos, quiebros y espejismos varios- a una Historia que creíamos definitivamente superada.
Hemos sufrido a Aznar, escuchado alguna que otra declaración de Mayor Oreja , tragado mentiras de la realeza… Manipulaciones e inepcias que se han ido repitiendo con los de uno y otro signo, abonando un sustrato que ha acabado por convertirse en el único donde enraizan quienes acceden al poder con unos discursos que, de tan ambiguos, son intercambiables. Por si no bastara, pueden mudarlos a conveniencia sobre la marcha. A su propia conveniencia, claro está, y el resultado nos lleva de regreso a un pasado que la mayoría quisiéramos olvidar por nefasto aunque, al parecer, los hay que discrepan y están consiguiendo recobrar sus esencias. Los políticos son intocables y ya se guardará la ciudadanía («El pueblo», quizá prefieran llamarla al tiempo que arrugan la nariz) de manifestarse frente al lugar donde se reunen porque, además de multados, serán reprimidos con inaudita violencia.
Ya no será posible exhibir otros símbolos que los autorizados y del aborto para qué hablar. Y se han inaugurado aeropuertos inútiles, autopistas intransitadas o edificios con pretensiones emblemáticas como antes sucedía con los pantanos.
Se paga por recurrir a la Justicia, de modo que el pobre no tiene otro remedio que aguantar lo que le echen y así, con base en disminuir el número de pleitos, no será necesario invertir más dinero en esas zarandajas. De educación o sanidad para qué hablar y, por supuesto, tampoco de la Constitución, tan intocable como lo fueron ayer los Principios del Movimiento Nacional. Volvemos, mal que nos pese, a ser aquella Unidad de Destino, aunque el destino se antoje brumoso y, además, con Merckel al timón y vocero interpuesto. Así que hacia el destino que determine la Señora aunque, eso sí, todos juntos y mal que les pese a algunos. Y nada de ¡Oiga, paren, que me quiero bajar! Sólo queda el recurso de bajarse en marcha y huir lejos: emigrar. Pronto, y a quienes quedemos, nos pedirán que los despidamos con el brazo en alto y entonando quién sabe qué. Esperando que nos suene. ¿Le suena a alguno de ustedes? A mí sí.
Parece imposible no ver que las cosas son tal y como las cuentas pero a mí me sigue fascinando esa masa de gente que a pesar de verlo com tú y yo, o no, nos condenan a todos los demás con su perenne voto a repetir las mismas miserias sin aprender nada de ellas.
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Efectivamente. Vamos a ver qué sucede con las Europeas, entendidas como un test, aunque tal vez no puedan extrapolarse las conclusiones para un próximo futuro; he oído que se presume una abstención superior al 50%…
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Yo tampoco puedo entender quién les vota. Ni porqué.
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Bueno; a hoteleros y banqueros no les ha ido tan mal…
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¡Pero no hay tantos, no son mayoría! …¿O sí?. ¿Tantos trincones hay?
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Más de los que sospechamos, me parece. Y con un peso bastante superior al nuestro…
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No podiamos admitirlo. Éramos más voluntariosos y creíamos que podíamos cambiar las cosas. No nos dimos cuenta que era necesario que algo cambiara para que todo siguiera igual y empeorando… salvo para los que manejan el sistema.
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