¿Nunca se ha de decir lo que se siente? Es verso quevediano y viene de perlas a propósito de la opinión que me merecen las manifestaciones del capellán español de 75 años, Miguel Pajares se llama, contagiado por el virus del Ébola en el hospital de Liberia donde trabajaba o ejercía su ministerio, que eso no lo sé. Conocerán, por enmarcar el asunto, que se trata de una infección de gran agresividad; ya ha causado cerca de un millar de muertes en varios países del Oeste africano: Guinea, Sierra Leona o el país citado. En cuanto a religiosos/as y además del sacerdote, se informa de un par de monjas también afectadas hasta el momento: Chantal (congoleña) y Paciencia, ésta de Guinea.
Una catástrofe sanitaria, en tales áreas, y aún no se dispone de vacuna, aunque se habla de que tal vez esté lista para el año próximo. Entretanto, causa en esos países, con precarios recursos, una mortalidad superior al 90% en los infectados. Sin embargo, el grave pronóstico no justifica a mi juicio las declaraciones que, en boca de un religioso, denotan una escasa solidaridad y dicen poco de su vocación. «Me siento abandonado -dijo textualmente hace un par de días-: queremos ir a España y que nos traten como a personas. Como Dios manda». ¿Cómo sabe lo que manda en su caso? Y si le mandó ir allí, sus razones tendría -debiera pensar un hombre de fe-, así que, de protestar ahora y no plegarse al destino que le tenían reservado desde las alturas, debería hacerlo en todo caso a su Sumo Hacedor, último responsable a tenor de sus creencias, y no clamar por alguien más para sacarle las castañas del fuego (avión medicalizado mediante, que por cierto partió de Madrid ayer a mediodía). Medios técnicos y humanos inimaginables para muchos miles de nativos; niños y adolescentes con toda la vida por delante y para los que, sin duda, no habrá transporte en condiciones ni Unidades de enfermedades infecciosas a su disposición «Como Dios manda». Así que, eso que al parecer manda el de arriba, es sólo privativo de algunos entre los que se cuenta el toledano Pajares, lo que apunta a que fe y egoísmo pueden coexistir bajo la sotana como muchos sabemos.
Todo amor es amor por uno mismo, apuntaba Nietzsche, y la reclamación airada del cura parece abundar en el criterio. Creo en el más allá, pero id vosotros primero -puede deducirse de sus palabras- y ya me lo contareis. Y entretanto, los recursos millonarios para este servidor. Con los negritos ya se verá, pero lo que vemos de entrada es, una vez más, la hipocresía del primer mundo frente a cualquier conflicto allende sus fronteras. Y a mí, ha reclamado el curita, a punto ya de ser trasladado al Hospital Carlos III de Madrid, «Como Dios manda».
PD: leo que el hermano Pajares falleció ayer día 12 de agosto, víctima de la infección. Mis condolencias.
Valiente Gustavo, se que eres consciente de la cantidad de gente que se te echará encima, aunque no se manifiesten, tras leer tus palabras. No había oido las declaraciones y no se siquiera que de haberlo hecho hubiera pensado como tú. Pero ahora después de leerte, algo ha hecho “click” en mi cabeza normalmente demasido ocupada en vanalidades. Gracias por compartir tu visión del asunto.
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Javier: yo no es que me oponga a la repatriación del cura, pero me parecen impropias sus declaraciones previas, y profundamente injusto ese trato de favor millonario, cuando con la misma inversión, orientada de otro modo, tal vez podrían mejorar no uno sino unas decenas. ¿No se lo podía haber planteado así el sacerdote, haciendo evidente esa virtud de la caridad cristiana que predica?
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Yo nunca comprendí a los que se iban a África, dicho sea en corto, a «curar negritos». Los veía con asombro, estupefacción, distancia, etc, y mi juicio moral (que siempre lo hay) oscilaba entre el heroísmo y la gilipollez, dicho asimismo por lo breve. Sin embargo, siendo cierto que jamás me dará por irme con ellos, los tengo por compatriotas y al compatriota no se le deja en la estacada.
Si el misionero se muere, que no sea porque no pusimos todos los medios a nuestro alcance, incluidos los riesgos derivados. Repatriarlo podría causar algún contagio aquí, en casa, pero abandonarlo a su suerte sería un grave síntoma de que la «casa» es una mierda.
Si el contagiado hubiera pertenecido a una ONG laica, ¿se habría suscitado análogo comentario? Temo que no. Nos lo comeríamos con patatas, como es natural, porque al enfermo no se lo atiende por ser laico o católico (supongo). Ahora bien, si la cosa ha de cambiar, propongo cariñosamente que la historia clínica contenga un epígrafe de «confesión religiosa del paciente» y ruego ardientemente que a los ATEOS, cuando nos pongamos malos, nos trasladen ipso facto a Houston. Con cargo al Seguro, naturalmente.
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De pertenecer el contagiado a una ONG laica, probablemente no habría sido tan desafortunado en sus declaraciones, metiendo a Dios de por medio para justificar su repatriación.
Pôr otro lado, yo no me opongo a su repatriación, pero defiendo un criterio de mayor eficiencia. Con lo que cuesta avión medicalizado y adaptación del obsoleto hospital Carlos III para el tto, unidad de aislamiento, etc, probablemente, de gastar la misma pasta en el lugar de origen, podría haberse atendido a más pacientes, curita incluido.
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Siento una profunda repulsa por la movilización de tantas fuerzas en favor de una sola persona. Dr. López Vega, entienda que este país no está para actos heroicos de «hicimos lo que pudimos» si, además de costarle un ojo de la cara el proceso, asume el riesgo de: (1) desalojar de sus hospitales a pacientes con posibilidad de cura y (2) de propagar el virus debido a la precipitada preparación de los sanitarios. Este suceso, empezando por el cura, está desprovisto de toda noción de ética, responsabilidad y sentido ciudadano. Y, coincido con Gustavo, de una ONG laica, como usted dice, el Gobierno (especialmente las carteras de Interior, Sanidad y Defensa como es el caso) no hubiera estimado necesario asumir el gasto de traslado y tratamiento, quizás porque el discurso de un laico, y eso lo sabemos todos aunque este Estado sea aconfesional, es laico. Un abrazo, Gustavo.
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Cuando secuestran a cooperantes laicos en alguno de esos desiertos o selvas donde pululan guerrillas de liberación, y se negocia un rescate a cambio de la correspondiente extorsión «revolucionaria», y hay que aflkojar la mosca para que a los cooperantes no les corten el pescuezo que ellos mismos pusieron en riesgo… ¿Se produce tanta protesta economicista?
Si el bañista imprudente -ése que CREE que sabe nadar- se adentra en el oleaje haciendo caso omiso de la bandera roja, ¿deben los vigilantes pasar de él, por su manifiesta conducta antisocial? Ya puestos, una vez gastado el dinero de poner la bandera roja, ¿para qué vamos a presupuestar un servicio de vigilantes, con sus prismáticos y sus flotadores?
Señor Mario: lo hacemos porque somos GARANTES de un derecho. De un derecho que asiste a los imprudentes y a los cooperantes y a las señoras que pasaban por allí. Una sociedad que se precie lo es de GARANTÍAS y ahí acredita su fuste y su voluntad de pervivencia. Andar mirando la peseta -según en quién- serviría para negarles escuela a los niños con síndrome de Down, por ejemplo. Canalladas de tal jaez se han cometido, ya lo creo, y seguirán cometiéndose, naturalmente, pero la noción de PROGRESO, si es algo, es dotar a cada derecho de su correspondiente garantía. Aunque no haya para pan, porque el pan te llena la panza, pero no confiere limpieza ética.
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Advierto un cierto sesgo. El estado de derecho garantiza defensa de los derechos y libertades con los límites que marca el sentido común. La protección de la integridad de las personas no pasa por asumir, por extensión, los costos derivados de actitudes o comportamientos marginales y que escapan de lo que entendemos por riesgo inherente a nuestra vida en común y los peligros de la cotidianidad. Hemos arbitrado la vigilancia en las playas para el socorro, si es necesario, de una actividad socialmente extendida; hay acuerdo en evacuar y tratar con cargo a una medicina hasta ahora caracterizada aquí por criterios de equidad, a cualquier enfermo o accidentado, sea niño o adulto, hombre o mujer y, con iguales criterios, el Estado procurará la seguridad y/o evacuación de los nacionales cuando en un país extranjero surjan contingencias imprevistas y que pongan en peligro su integridad. Sin embargo, los comportamientos excepcionales, cuando conocidos los riesgos y sin ninguna obligatoriedad para asumirlos, debieran incluir, por mera coherencia, medidas privadas para prevenir o solucionar en lo posible lo que se ha elegido de forma voluntaria y aun a sabiendas de eventuales consecuencias indeseables.
Si una ONG envía a un cooperante a Mauritania, conocedor del riesgo, se espera que esa misma ONG arbitre medidas y las tenga en reserva por si sucediera lo indeseable. En ese sentido me pronuncié a propósito del secuestro del Sr. Goñalons en su día. Y si un viejecito sin experiencia y mal equipado se adentra en parajes nevados, hábitat de osos o alejados del mundo, cabría esperar que, si es consciente del riesgo y no tiene el talante de «si hay problemas, ya me los solucionarán, que para eso están», lleve móvil, viaje en compañía y disponga de un seguro que cubra unos riesgos libremente elegidos. Porque lo de «Ahí me las den todas» es exponente de una cierta inconsciencia y poca solidaridad para con unos recursos finitos y que, por lo mismo, deben priorizarse.
¿A pesar de todo, dejarlo ahí? No diría tanto, pero abogar por una pedagogía que equilibre los derechos individuales con los de la colectividad (y no hay dinero para sufragar cualquier locura), me parece necesario. En el caso de Miguel Pajares, el sacerdote, no se trata de dejarlo morir, sino de plantearse si acaso su vocación no contempló los riesgos de trabajar allí (o en todo caso, la orden religiosa a la que pertenece). Y siquiera el planteamiento que expongo me parece lícito. «Que me traten como Dios manda», dijo textualmente. ¿Y a los demás? Y de disponer de una cantidad económica fija, ¿acaso no cabría plantearse si dedicarla a beneficiar a los más? Porque sigo creyendo que con lo que ha costado su repatriación, podría haberse tratado allí a él y a algunos otros, dejados de la mano de ese Dios a quien sirve y que al parecer lo ha soltado para que el virus lo habite.
En fin, que el tema dista de agotarse en cuatro líneas y seguro que, presencialmente y con tiempo por delante, llegaríamos a consensos asumibles por ambos. Y fin; el Sr. Arsenal también tendrá sin duda mucho que decir.
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Nada que objetar.
Un abrazo
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