El Día de la Hispanidad me pareció siempre impostado. Metido con calzador, vaya, pero La Diada en Cataluña es otra cosa, como podrá advertir el menos avisado. Transpira modernidad remontarse a sólo tres siglos atrás y apostar por esas nuevas fronteras que se reivindican una vez más al amparo de la fiesta. Denota amplitud de miras y es llamada de atención frente a una globalización ayuna de sentimientos. Y es que cuando el patriotismo no es capaz de primar por sobre otras consideraciones, revela que la cabeza se ha impuesto al corazón. Y no se trata de eso. Porque ya está bien de materialismo; incluso del materialismo dialéctico con que algunos visionarios se llenaban la boca tiempo atrás.
Tan cerca las emociones y lejanos los bolsillos, que los propios empresarios del lugar, a menudo encasillados en la categoría de esos que hacen prioridad del beneficio, parecen seducidos -cuando menos no rechistan- por la apuesta de Junqueras (dejaremos los balbuceos de Mas para otra ocasión) y su desobediencia civil, llegado el caso. Una frase, la de la desobediencia, que podría ser únicamente recurso literario, como apuntó hace pocos días el portavoz del Govern, Homs. También podrá tildarse de tal la propia convocatoria soberanista del nueve de noviembre si se tercia, aunque las añagazas dialécticas no podrán ocultar el pálpito identitario que se exhibe ahora mismo y al amparo de la fiesta; ese nacionalismo que un sector hipertrofia, aunque no para convencernos de que es sustancial (como diría Adorno) sino a consecuencia del estricto derecho que les asiste más allá de las leyes. Y quien opine que estamos frente a una antinomia es que no ha entendido el quid del asunto. De ser más pobres que otras Comunidades y recibir por encima de lo que aportan, ¿estarían en las mismas?
Pero no cabe responder a una pregunta improcedente; tanto como lo ha sido etiquetar de victimismo y argucia lo que no es sino puro razonamiento abstracto. Aunque al amparo de la abstracción algunos hayan metido la mano en lo concreto, al tiempo que identificaban el expolio con esos patrioteros de La Hispanidad.
El caso es que, esta tarde, una Uve entre Diagonal y la Gran Vía (Uve de voto y no de vía, supongo). Y mañana Escocia en el horizonte, aunque sólo se emplearía como muleta de ganar el sí. Mientras tanto y a estas horas, discurso mediado por el espectáculo. A vueltas con el mismo, se me ocurrió hace un rato que ayer se celebraba el Día Mundial del Suicidio, y que igual la casi coincidencia temporal pudiera ser un augurio de lo por venir. Sin embargo, basta de eso. No hay por qué aguar la fiesta, de modo que será mejor apelar a San Proto, el santo de hoy y de curioso nombre, para que nos procure a unos y otros lo mejor. El tal Proto es raíz de protón y protozoo aunque no vengan al caso, pero también de protocolo (el que hoy tendrá lugar) y protomártir. Éste, sin duda, el Sr. Pujol. Y sin más devaneos que añadir por mi parte (también Catalán, siquiera de apellido), espero sus atinados comentarios. Aunque se trate de un festejo que no tiene el horno para muchos bollos.
PD: leo hoy día 12 que, la manifestación, multitudinaria. Alegría o preocupación según el punto de vista. ¿Hay quien dé más?
La patria es la tierra de tus padres, es el desayuno que te preparaba tu abuela, es el aroma inefable del verde recién segado, es la línea del horizonte desdibujada por una lluvia fina que quizá ha venido para quedarse, es el primer día de colegio, es la primera vez que fuiste solo al cine, es el entierro de un familiar, el primer entierro al que acudiste, con pantalones cortos y acaso una pajarita aunque era un familiar lejano y realmente no tienes mucha huella del acto.
Todo eso tiene fuerza, coño; todo ha contribuido a sentir y a pensar como sientes y piensas, que a lo mejor no eres una lumbrera, pero así eres y qué le vamos a hacer. Jugaste a los bolos y los echas de menos, como echas de menos los años indescriptibles del bachillerato, donde entraste por la puerta grande en el selecto club de los adultos. La patria. Vale. Bien. El corazón y el folklore y los sobaos pasiegos y la leche con tres dedos de nata encima y el clima y lo mjos que son los paisanucos. Bien. Vale.
Pero luego hay otro nivel: el de los asuntos públicos que te hacen no un miembro de la tribu, sino un ciudadano de una nación. Un ciudadano individual al amparo de una colectividad que se configura por un marco jurídico ESTABLE y viaja por el mundo con UN pasaporte que los extranjeros respetan y cobra/paga impuestos y pensiones con una moneda PREDECIBLE, y decide soberanamente sobre las cuestiones que le atañen, pero no puede impedir que los demás concernidos se expresen con el mismo derecho.
Como CIUDADANO del cotarro llamado España, con toda su mochila de errores y aciertos (y no es que me guste espcialmente, pero es mi mochila), me niego rotundamente a que un gilipollas cualquiera decida POR MÍ la suerte de Cataluña, que mira por dónde es un trozuco de España. Si se convoca al personal para la sandez de la «independencia», exijo ser convocado. Lo mismo no voy a votar, como suelo, pero a lo mejor ese día sufro un ataque de deberitis aguda y voto, qué cojones, porque me da la gana. Porque vivo en un país que me permite votar sobre asuntos que son de mi incumbencia (o eso dicen). Y porque no me da la gana que otro vote por mí, y mucho menos que un imbécil devastado por una fiebre pueblerina me diga que él vota y yo no, por la circunstancia pueril de que él nació en el Penedés y yo comía el chocolate de mi biabuela en Miengo. Él no sabe dónde está, como yo tampoco sé con precisión dónde coño está el Penedés (aunque dicen que sus vinos son estimables).
La puta historia nos colocó relativamente cerca en el globo terráqueo. ¿Por qué se cree en el «derecho» de votar sobre mis asuntos como si solo fueran suyos?
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Ese es el debate, sobre el que yo prefiero cierta sorna para no liar más de lo que ya está. Y porque cuando priman los sentimientos, cualquier debate está destinado a terminar en nada, así que mejor un poco de coña, ¿no? Aunque llegado el día H, léase el 9 de noviembre, ya no sé yo si habrá lugar a bromas. Lo que empezó como cortina de humo, puede acabar fatal.
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En el «peor» de los casos, se generará un clima proclive, por no decir inevitable, hacia la «independencia». Pues muy bien. Sin negar el aspecto humorístico del asunto, sucede que ya hay un sentimiento de absoluto hartazgo. Seguramente es recíproco.
Algunos se quieren «ir», quizá no sepan a dónde, pero en el fondo les da igual, porque odian lo que dejan atrás. Algunos queremos que se «vayan», tampoco sabemos a dónde; ¿podría ser a tomar por retambufa, por favor? No se hace difícil entender que, llegado el divorcio, después de años de puyazos, broncas, desplantes y mamonadas, la cosa nunca es armoniosa. Que se llegó al nivel irracional del odio y al odio habrá que atenerse.
La última «broma» es que España tiene la culpa de las andanzas del Pujolet. Hay que joderse. Que de lograr la independencia, ellos mismos se encargarán de que no prosperen semejantes chorizos. «Ellos mismos», supongo, incluyen a don Artur. Hay que joderse otra vez. La broma sigue con los «republicanos» de ERC, en cuyas filas militaron ejemplares inclasificables como la Rahola o el Carod. Jodámonos otra vez.
Algo de broma habrá en una figura como Durán y Lérida. Sin embargo, ¿para qué negarlo?, yo solo puedo verlo premedicado con Zofran. Prefiero mil veces no tomar pastillas y que él le explique sus cuento-monsergas de 1714 a los orangutanes de Kalimantaan -antaño Borneo-. Los aborígenes les llaman «hombres tristes» y es que carecen de juglares que les inviten a la carcajada. Durán es perfecto y si lo acompaña Junqueras quedará demostrado el hambre que les hacemos pasar los sucios españoles.
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«Unidad de destino en lo universal». Esa es la cuestión (¿?) . ¿Y si hay alguien o un grupo -mas o menos numeroso- cuyo «universal» es diferente del de otros, se fastidian y a seguir con el universal de los primeros?. Irlanda formaba parte de la Gran Bretaña historicamente, hasta que dejó de serlo porque no coincidia el «universal» de uno con el de los otros… puede ocurrir lo mismo con Irlanda del Norte(con el tiempo) o quizá al revés. Porque estos nervios y no dejar que las cosas fluyan como desean las mayorias o cuando menos con acuerdos con las mismas…. (¿Que pasara en Escocia?.
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Porque tengo buenos amigos que piensan lo uno, lo otro y lo de más allá, y porque se trata de tema peliagudo, yo prefiero abordarlo por los flecos a no ser que nos sentemos a manteles. Por cierto: también era «¡Por el Imperio hacia Dios!»… Naturalmente que habría que exprimir cualquier posibilidad de acuerdo, pero se han encastillado los unos y los otros.
Y Escocia… Empate técnico en las encuestas, aunque al final suele pesar más, entre los indecisos, el temor a lo desconocido. Por eso creo que ganará, aunque sea por poco, la opción de permanecer unida. Veremos.
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Es evidente. Existe una España semper-franquista, falangista in aeternum, ridículamente carpetovetónica, con su patulea de andaluces negrata/moracos, de chupópteros extremeños y de morralla choriza. Y subsiste, justo enfrente, una raza oprimida a la que los opresores llaman catalufos y les sacan la hijuela, aunque todos ellos son chupiguay, trabajadores, honrados y dignísimos.
Tienen el cerebro más grande porque se lo ensancha el hecho «diferencial» de poseer una lengua «propia». Tienen la faltriquera más llena porque siempe han sido fenicios y genoveses y no decimos judíos porque ahora no se lleva. Son así como muy, ¿sabes?, como muy finos, les pirra el diseño filogay y trepan unos sobre otros para hacer unos castillos humanos que no hay cosa más linda en el mundo entero, ¿oyes?, y se ponen en círculo para no moverse mucho, pero lo llaman sardana y hay que ver. Dibujaron la Sagrada Familia, todos ellos (aunque la fama se la llevó Gaudí, en realidad fue cosa de todos), por su acendrado sentido colectivo de la estética más rabiosamente innovadora. Ellos, solo ellos, con sus exclusivas forsas y pesetes, organizaron una Olimpiada y tendieron el AVE hasta Madrid, aunque luego hicieron cuanto pudieron para que en Madrid no hubiera otros JJ.OO. (de lo cual me alegro, por otra parte, porque menudo marrón financiero).
Todo lo tienen más. Hasta el molt honorable president es Mas. Y volen decidir, por el dret a la secesión, que lo hay en Edimburgo y Québec y en una aldea kurda, bueno, o quizás de Laos.
Lo raro es que no se percaten de que, aceptado el tal dret, emerge recíprocamente el derecho a la segregación. Un buen día, muy de mañana, con los huevos inflamats de tanta chorrada xenófoba, de tanta traición particularista, uno se levanta con la necesidad imperiosa y no resuelta constitucionalmente de votar aquí, en España, con los moracos y los de Mondoñedo y los del valle del Nalón, solo «nosotros» y de ninguna manera «ellos», para echarlos a flotar por el Mediterrani, hasta Itaca o más allá. Uno, harto de tanta melonada sobre la superioritat de la seva medicina, se levanta con la idea absurda de que sus metges no vengan a España a especializarse o se les desposea de sus plazas para que las ocupen matasanos mesetarios, que quizá sean peores, pero siendo «de casa» tocan menos las naricetas.
Freedom FOR Cat.cat. Pero más freedom FROM las «ideas» de esa peste decimonónica y mendaz. La última es que ir a una manifa equivale a una voluntad electoral. A la manifa van niños de chupete (literalmente), van brigadas de NIÑOS encuadrados en clubs de tabalers, van dementes en silla de ruedas empujada por un mendrugo con barretina, coño, y es lamentable semejante grado de instrumentación social. A la manifa va gente en autobuses pagados por la Generalitat, es decir por mí, también por mí, para decirme que soy un gilipollas. Han ido jugadors del Barssa cuyas nominetas cotizan en Andorra y Suiza por auténtico fervor territorial. A la manifa han ido cargos PÚBLICOS que invitan a la desobediencia «civil», como si los demás fuéramos partidarios del aplastamiento «militar».
Me tomo otra pastilla, no vaya a ser que un ictus me arrebate el esplendoroso amanecer del día en el que se vayan los traidores. Con eso y un vermú (menos mal que también lo hacemos cojonudo más acá de Reus) estaremos como señores.
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Me parece que soslayaré el tema en el próximo futuro, dado que no he propiciado precisamente la templanza con la ocurrencia del post… Sin embargo, ésta se hace imprescindible si hemos de progresar más allá del improperio, ¿no? Yo creo que el encono es un palo importante en esas ruedas, y por ahí, repito, no van a ningún lado ni los unos ni los otros.
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Pues no sé si es prudente. Alguien debe decir al que enciende la mecha del odio, que la cosa tiene consecuencias. Alguien debe expresar, entre tanto sentimentalismo manipulón, que es menester fijar los límites, y no me refiero al TC -una pamema-, sino a los demás CONciudadanos. A mí no me gustan todos, qué va, de hecho sospecho que tengo unos cuantos más afines en Munich y Praga y Amsterdam que en la mangancia del litoral español, pero ya ves, no puedo conjurarme con ellos para dar por cofa al resto de la peña.
Destruir un modelo de CONvivencia -con luces y sombras, qué más se puede pedir- al tiempo que se enarbola el mito de «Europa» es de un aterrador cinismo. Plantarse en la UNIÓN Europea, con su formidable tarea aún pendiente, después de haberse cargado un encaje de bolillos con 600 años de trayectoria, es una delirante irresponsabilidad.
Cínicos e irresponsables no se encuentran entre mis ídolos. Será que carezco de seny.
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