En este país nuestro las crisis, cualquier crisis, ponen en evidencia la incompetencia de quienes todos sabemos, aunque las consecuencias que se deriven de su nefasta gestión no recaerán nunca en ellos. Como última constatación (quizá mañana ya sea penúltima) bastará con rastrear, desde su origen, la infección contraída por la auxiliar de enfermería Teresa Romero: por qué se produjo y, desde ese momento, convendrá analizar la idoneidad del protocolo seguido frente al riesgo de que, como consecuencia de la repatriación de los dos misioneros afectados y fallecidos al poco, Pajares y García Viejo, la fiebre del Ébola pudiese afectar a alguno de los/las que les atendieron.

Para empezar, traerlos no tuvo otra justificación que el deseo de ambos y, en ese sentido, me pronuncié en este mismo foro en fecha 7 de agosto con el post titulado «El virus del Ébola en algún que otro religioso». El pronóstico no iba a cambiar, toda vez que a día de hoy no existe tratamiento alguno que ofrecer con eficacia probada y, aplicando los dineros que costaron los traslados al soporte en orígen (poco más que sueros, antitérmicos y antibióticos en caso de sobreinfección), podrían haberse beneficiado, junto a ellos, unos cuantos centenares de africanos; esos que, al parecer, no se incluyen en la solidaridad («No traerlos habría sido inhumano e impresentable», afirmó el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz) que, para según quién, sólo engloba a los compatriotas. Por lo demás, esa pringosa solidaridad de que habla el enterado, suponía un evidente riesgo que exigía de una adecuada prevención y de ser el caso, precocidad diagnóstica, cuestiones todas que resaltan una vez más la ineptitud de los responsables últimos. Empezando por la ministra de Sanidad, Ana Mato.

La auxiliar, Teresa («Algo habrá hecho mal», afirmó en Madrid otra lumbrera), que tuvo contacto profesional con ambos, era persona de alto riesgo y por tanto -como el resto de personal que les atendió en el Hospital Carlos III-, debió haber sido convenientemente instruida para proteger su salud y la del entorno. Sin embargo, tomó vacaciones al día siguiente de fallecer el segundo aerotransportado y su cuadro febril fue diagnosticado en el Centro de Salud como «un gripazo» a tratar con paracetamol. Después, y transcurrida ya una semana con síntomas, al hospital de Alcorcón y transportada en una ambulancia que, a continuación, lo hizo con otros siete enfermos sin medida profiláctica alguna. Y al médico que la atendió, las mangas del traje de protección le venían cortas.

Supongo que, tras la experiencia, el Gabinete de Crisis que preside Doña Soraya se habrá puesto las pilas. No albergo dudas sobre la profesionalidad de todos sus miembros respecto al tema en cuestión excepto en lo que a ella se refiere, y convendrá hacer énfasis en que la fiebre del Ébola no tiene posibilidades de transformarse en epidemia en los países desarrollados (en Liberia, por contraste, hay sólo 200 médicos para cuatro millones de habitantes), de modo que no ha lugar a un pánico que, en todo caso, sólo tiene justificación cuando se repasan perfil y discursos de los responsables (es sólo un decir) políticos. Por cierto: ¿para cuándo algo más que esos simbólicos 400.000 euros, para aliviar la situación del oeste africano? Bastaría con dedicar a ello los sobresueldos de tanto sinvergüenza.