Como paracetamol para el resfriado. Al modo de una píldora, Juez Castro en función de remedio frente a esas repetidas evidencias que están en el origen de la frustración colectiva, de una indignación que alterna con la desesperanza. Sabrán que el Juez (nunca mejor la mayúscula) ha considerado justo sentar a la hermanita del Rey en el banquillo, sin que le hayan ganado el pulso con las mil y una maniobras destinadas a hurtarla de la Justicia. Que si ignoraba los turbios manejos económicos de su Duque empalmado como él mismo se definió; que si gastar a manos llenas cual era su caso no supone averiguar la procedencia de los dineros o, por rizar el rizo, que la sola acusación popular es insuficiente y la Doctrina Botín era de plena aplicación para la presunta sinvergüenza.
A saber lo que habrá tenido que aguantar José Castro, el Juez instructor, frente a una Abogacía del Estado mirando hacia otro lado o un fiscal, Pedro Horrach, transformado en defensor y aliado con el otro, Miguel Roca, en la tarea de poner palos en las ruedas de un proceso que finalmente la englobará. Se ha tardado años en llegar hasta aquí por mor de alegatos y triquiñuelas que únicamente pueden permitirse los poderosos. Y es que por mucho menos se enchirona a quien roba en el supermercado para malcomer. Ahora, sus turiferarios tildan la imputación de «decisión insólita», aunque no presentarán «recurso de queja» para no dilatar su comparecencia. ¡Habrase visto! Y a otro perro con ese hueso de la dilación que ha sido su meta hasta hoy mismo, nos decimos los espectadores.
Quizá no alcancemos nunca a saber las presiones entre bambalinas que han recibido unos y otros, pero Castro no ha cedido en dignidad y, de paso, dignifica una Justicia que andaba necesitada de algo así. Y evidencia que es posible, pese a quien sea, conservar el amor propio y devolvernos a la presunción (en este caso sin banquillo) de que cuanto sucede no es inevitable. Lo estamos necesitando y el caso de la Infanta ha supuesto, gracias a él, una cataplasma que alivia el desencanto. En cuanto a ella, los quiebros por salir indemne se recordarán más allá del juicio y el pronunciamiento final. Está acabada; me alegro y el contento sería mayor de poder darle un abrazo a ese Juez ejemplar.
Castro ha demostrado una actitud firme, de convicción. Independiente, sin dejarse influir o amilanar por los que le critican o le ponen trabas, o quién sabe qué, para sacar a la infanta de donde le corresponde estar.
Con la mente clara, objetivos firmes y capacidad de lucha y resistencia para conseguirlos, a pesar de las dificultades.
Encomiable por Castro, pero no suficiente para la ciudadanía, no suficiente para llegar a creer que nuestra justicia es digna.
Ganan por mayoría las sentencias injustas, los alargamientos de procesos en busca de que prescriban, u otras artimañas que utilizan letrados y magistrados de renombre.
Es el pan nuestro de cada día, y casi diría yo que nos estamos acostumbrando a ello, desgraciadamente.
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Estoy de acuerdo. Pero Garzón en su día, y ahora Castro, permiten albergar alguna esperanza. Precaria, frágil, titubeante… pero siquiera un atisbo de dignidad entre tanto hipócrita. Entre tanto vendido por un plato de lentejas.
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Sí, ambos son un ejemplo ejemplar.
Lo que quiero expresar es que me gustaría que las noticias fuesen al contrario, que se hablara cuando la justicia no actúa como es de ley.
Pero no, es noticia el que desempeña correctamente su labor. ¿Porqué?, ¿Acaso no sería de resaltar el que no lo hiciera?.
Mira Garzón… Yo lo consideraba indestructible, y ya hemos visto. Sufrí un desengaño.
Aún así, nos da ánimo y esperanza como dices, nos provoca deseos de ver a más personajes que actúen como ellos, y que no sean la excepción que les da la fama.
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