No es opinión sino prueba de la vileza del autor/es, y tampoco el engaño garantiza que pueda llevarse al huerto a los oyentes, que es el verdadero objetivo. Me refiero como supondrán a quienes nos gobiernan y, con vistas a un año éste en el que habrá que elegir entre su continuidad o el recambio (y ojito con las alternativas, porque algunos ya han dado muestras de su parecido con los actuales, incluso dándoselas de progres), no está de más hacer memoria. Aunque estoy seguro de que ninguno de los improbables lectores -que diría Rodríguez Rivero, el de Babelia- precisan de un recordatorio que me asalta en cuanto oigo a cualquiera de ellos pontificar.
Ahora nos salen con que sus propias encuestas les confieren de nuevo una mayoría absoluta, lo que contradice a cualquiera de las publicadas. Pero se les da una higa y, en parecida línea, va a pagarse cualquier medicamento que recete el médico (rotundamente falso hasta aquí). O las corruptelas que salieron a la luz con Bárcenas, pues un puro invento «salvo algunas» que es superfluo precisar, porque para eso contamos con una Ley de Transparencia (desde el 10 de diciembre) que es «La mejor de Europa». Pero sin efecto retroactivo a lo que parece y el prospectivo queda por ver, aunque no alberguemos esperanza alguna. El caso es que si debieran forjar su lengua en el yunque de la verdad, como aconsejaba Píndaro hace ya unos cuantos años, quedarían sin ella y eso que saldríamos ganando. Porque banalizar la hipocresía hasta convertirla en norma no puede traer nada bueno.
Los sobresueldos a sus amiguetes obedecen a la especial dedicación y capacidad; el desmadre turístico en las zonas de mamading les coge por sorpresa tras años de denuncias por parte de los vecinos y, para su control, se ha autorizado un aumento en altura de hasta ocho metros en los edificios hoteleros. Por preservar el medio ambiente y esponjar la zona al tiempo que se da un caramelo a sus tradicionales aliados. Mentiras siempre útiles, pero no para aquellos a quienes van destinadas, haciendo gala de un cinismo sin igual. En parecida tónica, las listas de espera en sanidad se han reducido, e intentaron implantar un TIL, en Educación, para mejorar las competencias linguísticas del alumnado por encima de la opinión mayoritaria del profesorado, siempre sesgada a diferencia de la suya. En consecuencia y si pese a todo lo anterior y mucho más, siguieran calentando la poltrona el año que viene, pienso renunciar a posteriores análisis, a escucharlos y me dedicaré en exclusiva al interiorismo. De mí mismo y sin dar tres cuartos al pregonero, dada esta deficiente formación estética que reconozco y a la que sin duda ha contribuido la panda de embusteros que soportamos. Por no hablar de ética.
Me estoy haciendo deliberadamente adicto a una tele-serie titulada «House of cards». Dicen que es la versión estadounidense de otra anterior, británica, pero yo no supe nada de aquella y no estoy en condiciones de compararlas. A lo que vamos, es una serie ex-cep-cio-nal.
La cosa va de un congresista del profundo Sur, a la sazón jefe del grupo parlamentario «demócrata», al que encarna Kevin Spacey. No sabría decir si es más inteligente que cínico, pero es ambas cosas en grado elefantiásico. Uno se pregunta si la política «es» así: los guiones, magníficos, acreditan que «podría» ser así, ¿pero de verdad lo es?
Si lo es (bien pudiera serlo y hasta sospecho que lo es), hablamos de un circo de cojones. Un circo donde faltan los trapecistas, los malabaristas, la amazona jamona y el domador. Un circo demediado donde solo han dejado los payasos y los engendros estilo mujer barbuda. De Floriano y sus buenos oficios intestinos (¡manda huevos!) hablaríamos otro día.
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Pues tendremos ocasión de glosar a Floriano, ahora que lo han hecho, creo recordar, coordinador de la campaña electoral. En cuanto a la serie «House of cards», ¿en qué cadena? ¿También salen los payasos?
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