Los ví en el aeropuerto; un par de docenas en pequeños corrillos y todos, como si de un rito se tratara, comían un bocadillo de respetables dimensiones al que aún cubría por un extremo el papel de plata. De no mediar el detalle (supongo que se los proporcionarían en el hotel donde se alojaban a pensión completa), quizá me habría pasado inadvertido un colectivo que se merece eso y mucho más. Debía tratarse de un viaje del Imserso, esa organización que procura a algunos de la tercera edad la distracción que tienen bien ganada.
A partir de ahí, me dediqué a observarlos de reojo; por simpatía y también para comprobar si repetían los tropiezos de otras veces en que he coincidido con grupos similares en el avión y durante la recogida de sus equipajes. Ocurrió lo acostumbrado: algunos se sentaron en el asiento equivocado y la cola tuvo que esperar que enmendasen su error entre las admoniciones de quienes tuvieron más cuidado, excusas y el prolongado esfuerzo por hacerse de nuevo con la bolsa. «¡Es que no estás a lo que debes, Paulinita! ¡Mira que eres distraída! ¡No has visto el número de fila?». Después, junto a la cinta transportadora, parecidos despistes: «¡Es aquella de allí! ¡Corre, corre, que se nos va!». La verbosidad entre ellos justificaba las frecuentes carreras en pos de la maleta y, los demás, reagrupados en espera de ser conducidos hacia el autobús; las señoras, con vestimenta propia para el trasiego aunque sin perder la compostura, y ellos, menos locuaces, en actitud de control mientras escuchaban las ocurrencias de sus consortes.
Los imaginé, al día siguiente, deambulando en grupo como acostumbran y aprovechando la gratuidad con que se premia la edad para visitar cualquier museo y llenar sus platos, en el buffet, con una cantidad que sería inimaginable en sus casas, además de permitirse transgresiones dietéticas que su tensión arterial reprobará poco después. Tras los postres, algún que otro pasodoble. Como si lo viera. Y regresarán, pasados unos días, a contar a sus amistades de la aventura. ¡Entrañables mayores! Porque de llamarlos ancianos seguro que les caería mal y con razón. Orgullo y apariencias hasta el final: ¡ sólo faltaría! Nadie es viejo mientras haga planes y guste del cambio; mientras no lo reconozca, lo cual es una forma como otra cualquiera de rendición. Encorvados si no queda más remedio, o cojeando, pero no en doma.
Por todo eso y más, fue un placer verlos desde el principio. Con el bocadillo al unísono. ¡Y que dure, compañeros!
¡¡¡¡QUIEN PUDIERA¡¡¡¡
Date: Thu, 2 Apr 2015 13:06:33 +0000 To: rosita.uy@hotmail.com
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El caso es mantener indemne la ilusión. Yo creo que hacer planes es, en sí, el mérito. Realizarlos o no, depende de muchas circunstancias…
Un abrazo
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Me ha encantado vuestro post y me ha sabido a poco pero ya sabeis lo que dice el dicho «si lo bueno es breve es dos veces bueno». Me gustara volver a leeros de nuevo.
Saludos
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Espero algún otro comentario en el mismo sentido… Saludos.
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