Hace unos días mencionaba el uso abusivo de ese «Evidentemente» con que se adornan afirmaciones cuya obviedad brilla por su ausencia. Pero se me quedaron en el tintero, respecto a las palabras, mencionar algunas que podrían suprimirse con ventaja; nombres o adjetivos que, en boca de según quién, subrayan precisamente lo que pretenden ocultar y, por ir más allá, se da el caso de situaciones e individuos sobre los que extender un compasivo silencio supondría el alivio para los oyentes. Me refiero en concreto a futbolistas y entrenadores.
La adjetivación al estilo de Borges nos traería a veces un soplo de aire fresco: la democracia dilapidada, el lenguaje infamado, la verdad entorpecida… Pero no es lo habitual ni con mucho, y lo que se estila es la cortina de humo verbal. Tildar de humilde a Pablo Iglesias como he oído, el de Podemos, es algo parecido a glosar la velocidad del caracol. E igual sucede con la «transparencia» del PP.
Otras veces, quizá algunos debieran plantearse la supresión de una sola letra. En el caso de Izquierda Unida (IU), suprimir la «U» y quedarse con Izquierda sin más, porque si Unida reune a media docena, remarcar en sus siglas la agrupación parece una antinomia que les hace flaco favor. En cuanto al PSOE, eliminar la «E» podría sugerir el «Peso» social que andan persiguiendo con suerte dispar. Y por lo que respecta al actual presidente, Rajoy, quienes le quieran bien habrían de advertirle que ni se le ocurra pronunciar en público la palabra Sushi.
No obstante, tampoco conviene empecinarse en el rechazo de letras o palabras así caigan chuzos de punta. Porque se termina por hacer evidente lo que se quiere ocultar. Es el caso de «Los rojos» cuando el equipo viste la camiseta de ese color. La selección española es siempre «La roja», y en el Mallorca Club de Fútbol juegan «Los rojillos» o «Los bermellones». Nunca rojos, no fuera a ser que, en un descuido y percutido en su tumba por la palabreja, Franco levantase la cabeza. O sus epígonos, que siguen coleando mal que nos pese.