El mayor narcotraficante del mundo mundial y capo del cártel de Sinaloa, el Chapo Guzmán, ha vuelto a escaparse -ya se fugó de otra prisión en 2001-. Esta vez, del penal Altiplano I y, como en aquella ocasión, con ayuda de funcionarios, algunos de los cuales (entre ellos el propio director de la cárcel) han sido destituidos. Ello no es óbice para que Méjico sume, a una violencia crónica y sin remisión, la inoperancia en íntima fusión, de modo que en lugar de vivir ese país obsesivamente la discordia de su pasado, como apuntaba Borges, mejor le iría poniendo algún remedio a ese desmierde entre el que se mueve su presente.
El caso es que el «Méjico mágico» de Daniel Sada («Porque parece mentira…» se titulaba la obra, y nunca más acertada con relación al país y sus andanzas) no está para echar cohetes; porque no prenderían entre semejante chapapote y en el que, como era de esperar, el Chapo se mueve a sus anchas y no solo por semejanza fonética. No es por dar la chapa, pero es de no creer que nadie advirtiese la construcción de un edificio, por parte de los colaboradores del fugado, exactamente a 1500 metros del penal. Desde ahí construyeron el túnel (a 19 metros de profundidad y perfectamente ventilado) que comunicaría con la celda de su jefe. Dieciseis días antes del corte de mangas, EEUU había solicitado su extradición. «¡Estás que sí!», debió pensar el detenido. Porque una cosa es darse el piro en Méjico y otra distinta tener que hacerlo en California, pongamos por caso, donde construcción y mano de obra no cuestan lo mismo.
Ahora, el gobierno mejicano ofrece 3.8 millones de dólares a quien procure información que facilite su captura, cantidad a la que EEUU ha sumado otros 5 millones. Pero al parecer no pinta fácil y las autoridades siguen braceando en la incertidumbre. Por el momento, el Chapo les ha cargado la inepcia sobre la chepa: sobre ese saco que almacena sus inutilidades a las espaldas, así que no es de extrañar que, desde su ciudadanía a los medios internacionales, pongan a los responsables a bajar de un burro. Como chupa de dómine, tratándose del Chapo. Por chapuceros.
Estoy leyendo el ensayo «Cero-Cero-Cero», de Roberto Saviano, acerca del peso económico del tráfico de cocaína. La tesis es muy simple: la cocaína mueve el mundo. Las cifras son muy simples: la cocaína mueve el mundo. La consecuencia es muy simple: los señores de la cocaína poseen el mundo (y lo mueven a su antojo).
La solución no es tan simple. Exigiría la inmediata y absoluta liberalización del cultivo, producción, distribución, venta, etc; es decir la conversión de un negocio subterráneo, libre del Fisco y con beneficios desmesurados, en un negocio normal y corriente, a precios más o menos justos y controles más o menos civilizados.
¿Quién se opone? De entrada, el «Chapo». De salida, los políticos al servicio del «Chapo». En el medio, los banqueros que mueven los fondos del «Chapo». Por lo demás, toda la sociedad biempensante, que sigue emperrada en abolir el consumo de droga por el absurdo método de auspiciar un mercado negro-negrísimo con el que se forran hasta extremos irrisorios los supuestos delincuentes. Todos somos el «Chapo».
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¡Hombre!: todos todos… En su día yo manifesté por escrito mi acuerdo en legalizar la marihuana como ha ocurrido en Uruguay, por ejemplo. Respecto a otras drogas, habría que discutir los controles adecuados, pero no me parece desacabellado, a diferencia de los sectores sociales más reaccionarios y que se han opuesto sistemáticamente a esas y otras medidas, como bien sabes.
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¿Quién aporta LIQUIDEZ para las grandes inversiones? La cocaína.
¿De dónde sale la financiación para redes de gasolineras, complejos hoteleros, clínicas de alto nivel, líneas aéreas de bajo coste, futbolistas estratosféricos, canales de televisión y líneas telefónicas 4G? De la cocaína.
Sí, me temo que todos somos el «Chapo». Afortunadamente, la balasera suele quedarnos lejos y manejamos euros de aspecto inmaculado.
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Para terminar con las consecuencias que se derivan de cualquier actividad ilegal, solo hay que legalizarla.
En este caso la cocaína.
Aparte de banqueros y políticos, no hay que olvidarse de la guerrilla de las FARC.
La manera de llevarlo a cabo, ya es otra cuestión, que generaría otro debate.
Interesante y difícil.
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