Costearse un seguro privado es, para muchos de entre quienes pueden permitírselo, la alternativa frente a esta sanidad pública que no pasa en los últimos años, como consecuencia de las restricciones presupuestarias, por su mejor momento. La red asistencial pública alcanza en muchos ámbitos niveles de excelencia; no obstante, unas listas de espera excesivas en los hospitales o las reducciones en los horarios de atención por parte de los Centros de Salud han sido – por citar algunos de los problemas que los usuarios perciben con más claridad- circunstancias que han fomentado el auge de unas compañías privadas que, siquiera en teoría, soslayarían estos déficits.
Sin embargo, la creencia en una cobertura total y sin dilación no pasa de entelequia, y es precisamente en los casos más graves donde se constata demasiadas veces que el bienestar del enfermo y su correcta atención es, por lo que hace a muchas de esas Compañías, un mero subproducto que se subordina a la cuenta de resultados. Por lo demás, que su proceder sea legal y se justifique en la letra pequeña de la póliza que en su día firmó el cliente, no justifica éticamente que, tras cotizar durante muchos años para beneficio de la empresa, al requerir servicios asistenciales -y repito, en patologías graves- comiencen las dificultades. Los seguros privados no cubren pruebas diagnósticas de riesgo genético o análisis que, en algunos tumores, orientarían sobre la mejor opción terapéutica.
Por lo que respecta a ciertos exámenes, cabe en lo posible que, a pesar de que puedan efectuarse en la propia ciudad de residencia (estoy pensando en el PET-TAC), el paciente deba tomar un avión para acudir a otro centro con el que su Compañía estableció el concierto porque le sale unos euros más barato. Y de tratarse de un anciano/a que precise de acompañante, ese será su problema y, obviamente, correrá de su cuenta.
Pero la cosa no acaba ahí. Si el especialista prescribe una quimioterapia por vía oral, en pastillas, puede ocurrir que no sea sufragada por el Seguro privado, y aducirá que únicamente se contemplan, para su abono, los tratamientos intravenosos, así que, o en vena, o no hay cobertura. Por lo que hace a nuevos medicamentos, con un precio que puede cifrarse en muchos miles de euros por ciclo, habrá que ver en los próximos meses, aunque mucho me temo que suceda lo mismo y sean excluidos de la financiación. En resumen: el potencial cliente haría bien en revisar con lupa su contrato, antes de sucribirlo. Algo parecido a lo que debiera haberse aconsejado en su día a quienes compraron preferentes en Bankia o similar. Y es que, como bien sabemos, no es oro todo lo que reluce.
Sé de muchos pacientes que recogen tratamiento en el hospital que provienen de la privada.
La mayoría corresponden a quimioterapia oral, así como otros medicamentos no quimioterápicos: inhibidores de tirosina kinasas (que también se utilizan para tratar el cáncer), los cuales son bastante más caros.
Me sorprendí mucho cuando me enteré de la razón por la cual las aseguradoras no financiaban estos tratamientos, que tú has expuesto, la vía oral.
Pero más me indigné al enterarme de que los antieméticos orales tampoco los sufragan, aunque las pacientes reciban terapias intravenosas (granisetron).
Aunque sean PRIVADAS, con ánimo de lucro, que lo hagan con un mínimo de honestidad o de ética -¡uf!, qué difícil- mejor pidamos profesionalidad, ya que hablamos de Salud.
No aducen a razones o criterios que justifiquen la financiación selectiva de los tratamientos. Están jugando con el dinero y la salud de sus pacientes.
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Voy a enterarme de eso que apuntas respecto a los antieméticos orales. La cosa ya está pasando de castaño oscuro. Un grupo de oncólogos hemos denunciado la situación a la Sociedad Española de Oncología, en Madrid. Lo están analizando (?).
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