El arzobispo de Valencia y Cardenal Antonio Cañizares, Primado de España, antes arzobispo de Toledo y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal es, pese a todo o quizá merced a ello, un sujeto que revela sus mezquinas hechuras en cuanto abre la boca.
Las leyes de Género, durante el Gobierno del PSOE, negaban «La evidencia de la naturaleza y la razón», lo que coloca, a quienes discrepen de la tajante apreciación, en los márgenes del género humano. Y de sus certezas. Gracias a Dios, por seguirle la corriente. Afirmó también que, a causa de dichas leyes, España se colocaba en «La avanzadilla de la revolución cultural laicista». Y ojalá -pensé-, aunque el prelado no tomaba en consideración que, de ser cierto, nadie en su sano juicio le prestaría oídos. Ahora, el pasado 14 de octubre, se descolgó afirmando que los refugiados e inmigrantes «No son trigo limpio». Y que pidiera perdón tres días después, argumentando ser víctima de un linchamiento mediático, no ha conseguido sino hacer patente una vez más ese talante retrógrado que es en su caso seña de identidad.
«Manipulación de su pensamiento», ha aducido para quitar hierro, pero, ¿acaso lo tiene usted, despreciable arzobispo? Ademas, y emplazados a un dilema -trigo limpio o sucio-, su opinión no admite matices ni distorsión interesada que valga. Sí, en cambio, por su parte, cuando asegura la «Inclinación hacia los pobres» que le caracteriza. Siempre que comulguen de su mano, quiero suponer, demostrando así ser trigo limpio; ese trigo que quiere para Europa con objeto de preservarla de la contaminación, aunque ello no rece para muchos de sus correligionarios, pederastas con sotana o negociantes del Vaticano. Si alguien no es trigo limpio, tras escucharle y sin sombra alguna de duda, es precisamente usted, caritativo arzobispo: un fascista, cartesiano y, cuando ocasionalmente se disculpa, un cínico embustero.
Se ve que Gustavo, quien no suele usar términos tan tajantes y ofensivos, se siente muy concernido por el asunto. No seré yo quien le quite hierro, en especial porque no me ata ninguna vinculación confesional con el prelado de marras, ni sus «encíclicas» me suscitan más allá de una lejana curiosidad.
Sin embargo, en materia de inmigración, refiriéndose exclusivamente a la cuestión de Siria, le he oído a este Cañizares una opinión de las que yo llamo «obviedades»: habría que separar el grano de la paja; habría que distinguir algún que otro yihadista entre los refugiados de buen cariz.
Eso es doloroso, claro (siempre jode), pero no deja de ser una obviedad. Cuando yo viajo a EE.UU., algo así como 2 veces al año, me retienen en la Aduana y me preguntan de dónde vengo y adónde voy y para qué y toda la mosca. Y no se me ocurrirá soltar ningún exabrupto, primero porque seguramente me darían de hostias, y segundo porque no vuelvo a los EE.UU. ni cuando las ranas de afeiten.
Luego hay otra vertiente mucho más profunda, que es el Islam en Europa. Hum. Es asunto demasiado complejo para dejarlo en manos de un obispo, claro, pero también para las manos bienintencionadas de ciertos bobos que nunca han conseguido explicarme un pequeño detalle. ¿Quién y por qué persigue EN SIRIA a los cristianos? De la respuesta pueden surgir ideas acerca de la reciprocidad…
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Yo creo que la Ilustración, que tarda en llegar a los confines de Europa y más allá, podría explicar el porqué de nuestra -en teoría- mayor tolerancia para con los distintos.
Por otra parte, no es que las declaraciones de Cañizares, tomadas de modo aislado, puedan extrañar; es que son la gota que colma el vaso. Este prelado, en línea con el sin par Rouco Varela, ejemplifica lo más vetusto, lo más caduco y reaccionario de esa Iglesia que abanderan. No suelo ser tajante, efectivamente, pero el arzobispo en mi opinión lo merecía. Por si tiene a bien hacérselo mirar. Siquiera en confesión.
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