Aseguraba tiempo atrás González Ruano que el periodismo lleva en el tuétano la maldición del olvido; son las noticias que vehicula porque la memoria se aburre y, ahíta, se agarra a cualquier excusa para tomarse un respiro de aire fresco. Lo que apenas ayer nos martilleaba, pasa a mejor vida y es sustituído por otra novedad que mañana será también historia. Nada que no sepamos de antiguo y tampoco nada que objetar, ya que tal evidencia nos lleva de la mano a la relativización: una terapia para la zozobra útil donde las haya.
Son esas noticias de una actualidad que se diría van a dejar huella imborrable en nuestra conciencia cuando ocurren, las que envolverán mañana el pescado. ¿Qué ha ocurrido con Snowden, el antiguo empleado de la CIA, o el pequeño Nicolás, un gigante mediático hace pocos meses? ¿Qué fue del pajarillo que susurraba al oído de Maduro, el de Venezuela, o las talas masivas del bosque amazónico? Y más acá, en mi entorno, el futuro problemático de las terrazas en el Paseo del Borne han eclipsado al monolito de la Feixina (y menos mal); la apertura de los Centros de Salud en horario de tardes se diría que ha vuelto irrelevantes las listas de espera o esos medicamentos que por su alto coste se restringen, la amenaza que suponían una proyectadas prospecciones petrolíferas parece conjurada por la Ecotasa en candelero, y los atentados yihadistas, por no seguir, han dejado a la independencia catalana, siquiera por un tiempo, en la cuneta.
Que todo entre los mortales es perecedero, incluye las noticias que generamos. Y no deja de aliviar. Tanto es así, que al leer según qué, día tras día, uno desearía otra resurrección de Lázaro, si es que hubo una primera vez, para que se hiciese con las portadas unas semanas. Y ni les cuento en cuanto empiece la campaña electoral y la reiteración de lo archisabido sin perrito que les ladre. Puede hacerse insoportable. Tanto es así, que estoy por hacer oídos sordos y cantar a voz en grito, durante los debates, baladas de mi juventud. Me respalda el dictamen de Hölderlin: Todo se deshace o se derrumba / y sólo queda en pie lo que se canta. Habrá que elegir tema y, de apetecerles, a coro.
Aminatu Saidar, o algo así, se vino a España a ponerse en huelga de hambre porque Marruecos invadió El Aaiún. Todos los telediarios daban la barrila con la Aminatu. ¿Se murió? Ni idea. ¿Sigue en huelga? Ni puta idea. Sucedió otra cosa, algo «gravísimo», que un ministro quiso militarizar y amenazó con despidos fulminantes y consejos de guerra. Era la huelga de controladores y era Pepiño Blanco y era Navidad.
Y luego vino la guerra de Libia, y mataron a Gadafi, y luego vino… ¿La crisis? ¿»La», la única, la inmarcesible, o quizás otra que parecía crisis y era lisis?
Ni puta idea. Crisis del euro. Horror. Guerra en Ucrania. Horror. Cataclismo en Grecia (¿qué fue de Grecia?). Horror. El Daesh decapita gente. Matan en Francia, guerra en Siria, horror, más decapitados, crisis humanitaria en el Mediterráneo matan de nuevo en Francia, elecciones en España (ZP vuelve tímidamente a la palestra, horror), dicen que gana Rajoy. Horror. Ni puta idea, pero horror.
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