O del hambre a las ganas de casta, que lo mismo da. El caso es que los cuatro Partidos políticos en liza participan en buena medida de los reprobables modos que cada uno achaca a los demás. Y por cuestión de hambre, ya digo. Todos son previsibles en sus respuestas sea cual sea la pregunta, lo cual hace evidente que prima el apriorismo por sobre la reflexión; únicamente les aplauden los de su misma cuerda -como pudo apreciarse en el debate de investidura- y con más pasión cuanta más inquina transpiren sus alegatos. Si obligados a oír (que no escuchar) al otro, las muecas y ademanes de displicencia revelan su absoluta impermeabilidad. Tanto es así, que si alguno probase a recitar las proclamas electorales de los adversarios, estos ni se enterarían y su reacción reprobatoria sería la misma.
A estas alturas, sigo sin entender por qué Rajoy no hará definitivamente mutis por el foro, lo que muchos, en su propio Partido, agradecerían. O cuál es la razón de fondo -otra que el temor a perder protagonismo- por la que Podemos y Ciudadanos se vetan mutuamente, y es que se tocan tantos pitos, con más voluntarismo que concreción (dos centenares en el programa PSOE-C´s), que resulta increíble una discrepancia global dado lo fácil que es el consenso sobre generalidades y luego ya se verá.
En el acuerdo entre los Partidos coaligados hasta aquí, se asegura la modernización del Estado de bienestar (?), una España laica, sanidad universal, planes de inclusión social o, entre otras decenas de buenos propósitos, una legislatura en pos de la igualdad y por ende se luchará contra la pobreza en África. ¡Toma ya! Que estemos a la espera de cuantificación para que las propuestas resulten creíbles parece obvio, pero asunto distinto es que los enunciados puedan disuadir a Iglesias para optar a esa vicepresidencia anhelada que lo llevaría de cabeza a la casta que repudiaba tiempo atrás, con una autosuficiencia que ha comenzado a pasarle factura tras hacer patente sus ganas de comer pastel más allá de lo que opinen los círculos de votantes.
Con Sánchez y Rivera no entraré en disecciones porque hasta aquí, en líneas generales, se han portado, al embestir lo que sabían de antemano terminaría en nada. Aunque sigan con ganas de llenarse la andorga como los demás.
En cuanto a Don Mariano, de la casta y el hartazgo hasta la podredumbre, así que podría evitar el espectáculo de sus limitaciones éticas, conceptuales y dialécticas. Porque salirnos, como hizo, con que «En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira / todo es según el color…», ya no es sólo casta y hambre de más, sino exponente de un paquete neuronal que está pidiendo a gritos la jubilación. No obstante, hay algo peor que todo lo dicho y es que el espectáculo, casta y voluntad de bracear en la misma por mucho que disimulen, no tiene visos de terminar por el momento. ¡País…!
Es costumbre subrayar las carencias de «nuestros» políticos, alegándose con harta frecuencia que «todos» son iguales, justo antes de ponerse a defender ardientemente a los «míos». No pocos analistas son unos cenutrios de duro vello y obtusas entendederas, como corresponde a un paisanaje inculto y trabucaire. ¿Por qué habrían de ser «mejores» los políticos? No lo son, sencillamente porque saben a quién se dirigen y, para qué engañarse, el ganado es deficiente. (Somos deficientes, y no digamos en la esfera de la exigencia moral: ahí somos verdaderamente un desastre.)
Pero es que les hemos acostumbrado a «gobernar» con mayoría absoluta, de modo que ni Dios les tosa. Ni siquiera sus electores, quienes les otorgan insensatamente una papeleta en blanco y encima les defienden con servil fanatismo. En realidad, les hemos acostumbrado a «mandar» y resulta que en un contexto de cierta vaguedad se sienten desnudos, nebulosos, incapaces de «mandar» y por lo tanto paralíticos.
Solo así puede explicarse la sandez de «repetir» unas elecciones, como si existiese la menor garantía de que las cosas van a «cambiar». (De hecho, si lo hiciesen, darían la mejor demostración de que la «democracia» es una mierda pinchada en un palo.)
Que les metan como a los cardenales de un cónclave, cerrados en el hemiciclo, sin bis-a-bis ni acceso al «Marca», y que voten en conciencia, una y otra vez, hasta que salga fumata bianca. Que voten lo que se les ponga en los cojones (a fin de cuentas, lo harán igual), pero que saquen un propio medianamente presentable y que el propio elija unos ministros lo menos ridículos que pueda y a los 3 o 4 años montamos otros cónclave y vamos tirando. Ellos, a «resolver nuestros problemas» y nosotros, a preocuparnos por si CR7 está triste: una absoluta e irrevocable prioridad.
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Hombre… paisanaje lo hay más variopinto que en el caso de los políticos, quiero creer. En cuanto a encerrarlos hasta la fumata, totalmente de acuerdo, aunque una alternativa sin necesidad de hoguera interpuesta sería que el voto fuese secreto. Sin duda los resultados cambiarían y es que, para seguir en el momio, la disciplina de partido es condición necesaria. Pero muchos, de poder hacer un corte de mangas sin que se supiera por parte del líder, yo creo que pondrían otras opciones en el papelito. Cosa distinta es que fuera mejor, claro.
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Supongo que para ir en una lista electoral has tenido que encender unas cuantas velas, por decirlo suavemente. Doy por hecho que compartes el programa electoral y hasta las bases «ideológicas» del programa y el partido. Hasta ahí, entiendo la «disciplina».
Sin embargo, al salir elegido adquieres una responsabilidad de orden superior, con TODOS los electores de tu CIRCUNSCRIPCIÓN. Precisamente porque el voto es secreto, no sabes en qué medida te votaron solo los «tuyos», ni cuántos del «enemigo» esperan que sirvas a los intereses COMUNES, que seguramente los hay.
Pues bien, se te nombró para gestionar los asuntos públicos durante UNA legislatura. Y va de suyo que «gestionar» significa, por ejemplo, no incurrir en costes y molestias derivados de repetir las elecciones.
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