En muchas ocasiones no se trata de sucesos importantes ocurridos en el pasado y determinantes o recordados por su especial significado, sino simples flashes: destellos fugaces que acuden de improviso unas veces y otras pareciera que, por repetidos, han sido puntales de la existencia aunque, objetivamente, no hayan representado mas que pinceladas en nuestra trayectoria vital.
Con seguridad, cualquiera podría hacer una relación de esas súbitas remembranzas, tan nítidas como por lo general intrascendentes y que se repiten atemporales, sin motivo aparente ni relación entre sí. El otro día, tomando café en el bar, recordé de pronto y con todo detalle a un anciano de barba blanca, desaliñado y que fumaba compulsivamente en una de aquellas mesas. Hace años que no lo veo y jamás crucé una palabra con él; pregunté al camarero movido por no sé qué extraña curiosidad y conseguí averiguar que se mudó hace años de ciudad y seguramente nunca volverá por aquí. Quizá haya muerto -comentó-. Yendo más atrás en el tiempo vivido, en cuanto leo u oigo del número 105 se me aparece invariablemente mi habitación, la 105, en la Residencia de estudiantes; aquella Barcelona se resume a veces en la parada del tranvía 67 que nos llevaba a la Facultad, y la ciudad de Figueres me trae invariablemente las librerías Canet, junto a la Rambla, y la Masdevall, ahora cerrada como tantas otras.
Junto a dichos fogonazos, también algunas evocaciones en paralelo de lo perdido. Todavía más atrás, súbitamente, la fresquera que mi padre construyó en el sótano y debíamos rellenar con barras de hielo; «La Confianza», una tienda donde madre me enviaba a comprar de vez en cuando con doce o catorce años y, de mi primera infancia en el pueblo de Queralbs, el chorro de agua junto al lavadero, en la Plaza del Raig. ¿Por qué, precisamente, esas nonadas sin venir a cuento ni relación alguna con el momento?
Y con ellas un algo de nostalgia que explican bien los versos de Eloy Sánchez: «El recuerdo aproxima / el agua a nuestros labios, / pero el tiempo / no nos deja beber». Mi padre se resume a veces en el abrazo que me dio (él, tan poco proclive a la exteriorización de los afectos) tras acabar el primer curso de la carrera y volver a casa. «Y aunque nunca se pueda regresar a nada, / hay que regresar para saberlo». Ignoro por qué son estos fragmentos minúsculos los que acuden como ramalazos, sólo por un instante y allanando el camino a la añoranza. Es lo que me ha ocurrido sin motivo aparente. Quizá sea porque ayer se había puesto el sol cuando me puse a escribir estas líneas.
Hola, Gustavo, supongo que serán cosas de la edad, 🙂 sin mas importancia!
Saludos,
Antonio
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Siempre que no afecten al discernimiento, bienvenidas sean… Aunque pueda tratarse de prolegómenos de una patológica sensiblería. O algo peor. Habrá que ver…
Saludos cordiales.
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PRECIOSO¡¡¡
Date: Mon, 11 Apr 2016 05:55:35 +0000 To: rosita.uy@hotmail.com
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Siempre tan benévola con mis ocurrencias… Y me gusta mucho que sigas así.
Un abrazo
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