Estatal o local que para el caso igual da, aunque quién iba a decirme que, tras correr frente a los «grises», llegaría el día en que preguntase por ellos. Lo cual no implica que deban surgir como por ensalmo en el preciso lugar donde ocurra un accidente o se masque la tragedia y, a ser posible, con antelación para ejercer el deseable efecto disuasorio. Pero de eso a que los anticuerpos uniformados -si metafóricamente llamase antígenos a los sucesos que podrían evitar- tarden demasiado en aparecer y parezcan ignorar que hay barrios o noches donde se hace imperiosa la cuidadosa vigilancia, media un abismo.
Y la digresión viene a cuento porque he visitado lugares que cuentan en su haber con hechos delictivos que superan a la media en frecuencia, sin que me haya topado con algún agente del orden una sola vez. Zonas donde es frecuente el tráfico de drogas u otras, multiraciales, con reiterados conflictos étnicos; horas para el graffiti o en las que el consumo abusivo de alcohol fomenta las peleas… Pero ni uno, oigan: ni verlos o siquiera adivinarlos en las inmediaciones. Mallorca debe contar con unos 2000 agentes, la mitad en la capital. Pues bien: ¿dónde se meten para que las repetidas denuncias por exceso de decibelios a altas horas, terminen en nada? Y es que llegan siempre tarde o cuando los autores han pasado a la sordina y el susurro como si conocieran de antemano su llegada. E igual podría decirse por lo que respecta a las claveleras campando a sus anchas, las pintadas en muros y portales o la procesión de atronadoras motos por la misma calle, y a la misma hora, cada sábado y domingo. ¡Y lo saben!, como diría el Iglesias sin coleta.
Sin embargo, me encuentro con el coche invariablemente aparcado a las 9.30 de la mañana y sus ocupantes, policías locales, en el mismo bar -comprenderán que no precise más- día tras día.
No se pasen ustedes diez minutos del horario pagado en el aparcamiento de la vía pública porque tienen la multa cuasi garantizada aunque, si lo abandonan antes, no está previsto que puedan recuperar esos céntimos o euros que abonaron de más. Y si los polis de esta ciudad (quizá ocurra también en muchas otras) pasan ahora por tiempos difíciles, , tal vez obedezca entre otras razones a que sus desvelos, por lo menos los de algunos, en vez de tener por objetivo la seguridad del vecindario, se dirigían hacia las casas de alterne u otras empresas de la noche, prestas al soborno a cambio de que hiciesen la vista gorda. Y nada de generalizar, ¡faltaría más!, aunque donde más falta harían no suele estar, lo que merecería por lo menos y visto lo visto, de un control prospectivo sobre sus propios horarios y el modo que tienen de justificar el sueldo, tan distinto al de otros funcionarios al servicio de la comunidad. Y es que, en su caso, hacerse visibles donde debieran no creo que sea pedir demasiado. O quizá sí.
Ando leyendo «La utopía de las normas» (David Graeber, Ariel 2015). El autor es un sociólogo-economista de línea izquierdista y propone un subtítulo francamente sugestivo: «De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia».
Entre numerosas joyas, expone la paradoja de que, en un enfrentamiento con policías, es más probable que las hostias se las lleve el ciudadano honrado, antes que el delincuente. Éste, con más escamas que un lagarto, puede no oponer ni resistencia. Sin embargo, el ciudadano indignado, cuando le ponen una multa ridícula o le tocan los huevos como solo sabe hacer un policía imbécil, a menudo entra en una vorágine de encendimientos que se sofocan con física diligencia.
Graber sostiene que, en realidad, la burocracia (y la policía , entre sus más señaladas facetas) no está para servir al ciudadano, sino para autoalimentarse en una ficción absurdamente onerosa. ¿Qué otra cosa son esos salteadores de caminos con uniforme de guardiciviles, apostados en una mísera rotonda de pueblo, a la caza del incauto? ¿Nunca tienen otra cosa mejor que hacer? Por ejemplo, en las zonas de vinos do toda iniquidad halla asiento, ¿no deberían merodear en medio del gentío, en vez de esperar a que el gentío automovilista pase por caja?
La cosa se hace más irritante cuando oyes que han atracado una urbanización entera. Nunca hay ningún cuerpo policial concernido. Le largan la responsabilidad a la seguridad privada, eso sí, antes de subrayar que la seguridad privada nunca (lo que se dice nunca, nunca) será tan eficaz como «ellos».
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Tomo nota del libro de Graeber. El subtítulo, efectivamente, da que pensar y, más allá de los uniformados, la burocracia sería tema para más de una tesis con cum laude asegurado.
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Recuerdo que cuando era pequeña, y que conste que tiempos pasados no fueron necesariamente mejores, veía por las carrteras , por poner un ejemplo, muchisima más policía motorizada vigilando las rutas, y eso que el nr. de coches era ostensiblemente menor que ahora,hoy en día cuando el carnet de conducir muchas veces parece haber sido otorgado por un chimpancé poniendo un sello en la cédula, y donde muchos niñatos tienen un poder adquisitivo ( sus padres) que les permite comprar unos coches cuya potencia no va en consonancia con sus habilidades automovilisticas,¿ donde esta ese control que salvaría muchas vidas ?.
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Algunos duermen de día, porque es por la noche cuando se cobran las mordidas. O no aparecen para que los decibelios en algunos bares campen a sus anchas (a expensas del sueño vecinal…).
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O están aprendiendo euskera, o dirimiendo cuál de sus jefes tiene más usía (el ministro del Interior o el consejero del Exterior o el sursumcorda); o jodiendo la marrana en el depósito de la grúa -que se llevó un coche que no molestaba en absoluto, salvo al puto guardia-, etc.
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¡Puffff!
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