En llegada cierta edad y pese a no padecer enfermedad mental alguna, por lo menos diagnosticada, la memoria comienza a hacer agua. Podemos (con perdón), como Trump, pasar un test de diez minutos con buena nota y ser capaces de repetir unos cuantos números o identificar por su nombre algunos animales, pero no recordar el de quien nos saluda por la calle e incluso nos abraza interesándose por nuestro devenir. En ese momento, somos presas de la zozobra mientras fingimos parecido entusiasmo al suyo e intentamos salir del paso con evasivas.
¿Quién es? -preguntamos, caso de andar en pareja, tras el encuentro-. ¿Y a mí me lo dices? ¡Tú sabrás! Pero no acertamos por más que lo intentemos y, por repetido, el asunto empieza a preocupar. ¿Un amigo/a? ¿Acaso el camarero de algún bar que frecuentamos? Y, puestos a repasar posibilidades, ¿habremos comido con él/ella en el pasado o tal vez viajado juntos? Ni flores. Al cabo de unos días, más de lo mismo hasta que finalmente se me ha ocurrido la solución: llevar colgado del cuello, a modo de adorno, un rótulo con nuestro nombre y apellidos, costumbre que de hacerse extensiva nos evitaría las perplejidades frente al supuestamente conocido y, a más de suponer un negocio para los fabricantes de tales carteles, sería un excelente recurso cuando no sabemos qué regalar en Navidad o el día del cumpleaños.
Poder leer el nombre de quien te aborda con cariño, sería el mejor modo de salir del brete sin tener que romperse la cabeza durante y tras las sonrisas de rigor. Además, de hacerse el cartel propuesto tan popular como el reloj de muñeca o el llavero, desaparecería la sospecha de que algo está empezando a cojear en un entramado cerebral que suponíamos aceptable. ¿A usted no le ha ocurrido nunca? Pues espere y verá.
A mí no me bastaría.
Soy despistada, con el paso del tiempo y la cojera de la memoria cada vez me cuesta más recordar. Añado que para mí la mayoría de los nombres (o los de determinadas-muchas personas) no tiene significado, no los recuerdo porque no me producen ningún estímulo.
Yo necesitaría más información. No sé… Ahora que todos tenemos smartphones una app o una basecita de datos (o una libretita) que te indicara quién es ese nombre: vecino, antigua compañera de instituto, empleado del banco… etc
Me gustaMe gusta
Libretita. Si acaso recuerdas anotar cosas en ella o saber dónde la has guardado…
Me gustaMe gusta
Mientras te acuerdes de tu propio nombre, puedes ir tirando…
Me gustaMe gusta
Me pasa un montón con niños que hace unos años que abandonaron el cole( no demasiados años)
que se acercan a tí , los que se acercan claro, y te dicen -cuando tiempo sin verte ¿ como te va todo??-, y tú – pues genial y tú¿ que tal? no esperaba verte por aquí, madre mía que alegría volver a verte, estás genial, ya nos veremos otra vez.
Y así acaba la conversación con ese chico/a que encima ha cambiado tanto que no lo puedes ni siquiera relacionar con un curso.
Tse!! esto es lo más habitual en mi caso. Solución no le veo a la situación, solo me alegro cuando lo reconozco antes de que se dirijan a mí, y justo estos ni te saludan………..
Me gustaLe gusta a 1 persona