Muchos de entre ustedes se identificarán sin duda con quienes, desde nuestra primera juventud, alegábamos falta de destreza manual –más o menos cierta- para mirar hacia otro lado frente a tuercas, manillas y cerraduras, chirridos o grietas. La incapacidad, presunta o demostrable, fue la que nos condujo entre otras cosas a ganarnos la vida en actividades cuyos resultados son más difíciles de objetivar a corto plazo; dedicaciones en las que tener oficio es presunción y donde la digresión suplanta demasiadas veces a la constatación, que puede necesitar años para hacerse verosímil y, entretanto, el discurso como justificación o tapadera a conveniencia. Médicos, políticos, abogados o docentes, por un decir, no serán evaluados por un caso fallido o la decepción de un tercero frente a sus expectativas. Siempre cabrá apelar a circunstancias coyunturales y, por lo que hace a la competencia global, ¡largo me lo fías! La concreción puede depender de tantas variables que sólo un análisis en el curso de años, a diferencia del trabajo manual, permitirá hacerse cabal idea de la profesionalidad, y pillarse los dedos, como me sucedió el otro día, no pasar de metáfora.
Había que conectar la fibra óptica llevando un cable desde el patio al apartamento y, dado que vino un solo operario, no quedó más remedio que echarle una mano lo que, en tratándose de las mías, auguraba problemas. La guía no conseguía hacerlo pasar por el tubo empotrado en las paredes, así que él empujando y yo estirando desde el otro extremo, herida en un dedo y los minutos eternos a pesar de introducir, siguiendo sus indicaciones, gel en el conducto (no supe en principio si para favorecer el deslizamiento o proteger también el trayecto, como hacemos con el hidroalcohólico en el supermercado, frente al coronavirus). Después, comprobó lo que llamaba “cajas de registro”, terminó el reto con éxito ante mi rendida admiración y, de tener que repetir la operación para el piso vecino, me indicó que deberíamos llamar al “Movimiento de acometida exterior”, lo que anoté sin comentar que la frase no me sonaba bien y podía estar aludiendo desde un robo con butrón a cualquier acoso.
En cualquier caso, podía certificarse su buen hacer lo que, como he expuesto, no es generalizable a muchos de nosotros y así se lo dije mientras me vendaba el dedo con un pañuelo en espera de tirita. Teníamos ambos la evidencia de una afortunada culminación y no, como en otros quehaceres, meras conjeturas, de modo que pudo irse con el orgullo por su destreza mientras yo meditaba, por enésima vez, sobre lo que habría sido de mí y otros profesionales si debiéramos asumir, día tras día, que sólo la demostrada excelencia, al finalizar cada tarea y sin digresión que valga, nos justificaría la paga.
en esta encrucijada de habilidades manuales en la organización domestica, aparece una constante amenazadora. Cualquier industrial que intervenga en tu casa (pasar la fibra pro ejemplo) empieza su diagnostico con la frase «pero quien ha hecho esto?!». Una vez en la tesitura que tu casa esta mal hecha por «otros industriales» tu moral esta rota. aceptas cualquier sugerencia por complicada que parezca e incluso te ofreces a tirar de una cable con potencial de lesionarte.
Cuida tus manos
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Todo mal hecho, y de intervenir uno mismo, la frustración por duplicado. Por suerte, el dedo en vía de curación. Un abrazo y a entrenarse manualmente. Aunque pinte mal…
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El único trabajo que puede considerarse como tal es «aquel en el que se dobla el espinazo»…por tanto, me adhiero absolutamente a la tesis y me identifico en ese amplio abanico de inútiles de extremidades a los que por alguna razón oscura se nos paga bien.
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¡¡Lo sabía!!!
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Es curioso que el latín nos legó ‘labor’ (cosa siempre loable) y el ‘tripalium’, algo así como una crucifixión que degeneró, o se concretó, en ‘trabajo’. La palabra lo dice todo: esfuerzo, dolor de espalda, heridas inciso-contusas, caídas, fracturas, intoxicaciones… Un horror.
Observo que mis amigos vienen a casa y elogian el jardín, la última poda, la nueva pared de mampostería, el talud sembrado de brezos… ‘¡Qué bien te ha quedado!’, dicen, pero cuando insinúo que aún falta hacer esto o aquello OTRO, lo que conlleva un cierto TRABAJO, ¡hostias!, los silbidos se oyen en Albania. Eso sí, nunca faltan sugerencias técnicas de cómo afrontar el asunto: consejos, indicaciones y advertencias que sin duda ME harán el trabajo más llevadero.
Hay más ingenieros que encofradores.
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Con las manos un horror, pero a consejeros no hay quien nos gane. Y en la carrera de huída si se nos invita a participar con la paleta o el martillo…
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Siempre he creído que tu supuesta incapacidad era más bien interesado fingimiento. Por suerte siempre hay alguien cerca que os cuelga el cuadro mientras los «inútiles» os deshacéis en elogios y os perdéis en digresiones metafísicas…
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He tenido en demasiadas ocasiones las falangetas aplastadas del martillazo…
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Mucha verdad en todos vuestros escritos, desde cortes, machacaduras, lesiones de espalda,para luego tener el cuñado de siempre, ¿pero que dices? escuchame esto te lo hago yo en un par de horas,( no lo hemos vuelto a ver), desde entonces todas las frases que alguien empieza con «pero escuchame´´ me causan pavor.
Ánimo, siempre estamos abiertos a aprender, pues la otra opción solo nos lleva a «WALL-e´´;)
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Una muy buena observación y eso avala el dicho » no hay nadie imprescindible » pero todos somos » necesarios » salvo que en la familia o cercanos haya algún » manitas que si an para todo » hay personas que al magen de lo que se hayan preparado tie cierta habilidad para solucionar problemillas de ambito casero y sirven » pa un roto o un descosio » como decia mi abuela que por cierto era una experta en encontrar soluciones.
Aunque cuando no los ecesitamos parece que son inexistentes, son necesarios y nos solucionan cosas aparentemente sencillas pero para todo hsy que sevir, porque el más intelectual necesita en alguna ocasion un experto para algo edpevial donde no alcanza la sabiduria propia
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