LA GLOBALIZACIÓN NO SABE DE MISERIA

  La mundialización no ha supuesto, como se viene comprobando hasta la saciedad, extensión de la solidaridad allende las fronteras, sino la primacía de intereses hegemónicos –económicos- con independencia de una voluntad mayoritaria de los pueblos que los poderosos se pasan por la entrepierna con creciente facilidad. Así, esa globalización (término acuñado por Richard Robertson) en aumento es sólo del mercado en manos de unos pocos: de ese capital financiero (la Global class) para el que nuestro planeta es únicamente visible en la porción que concierne a sus intereses.

Los negocios impregnan una política condicionada por ellos y que pierde peso frente a la dictadura de las conveniencias y ajena a los tradicionales marcos del Estado-Nación. Las maquinaciones del gran capital tienen lugar en ámbitos supraestatales y el mercado mundial, manejado por los menos (líderes en monopolios y evasión de impuestos), es el que condiciona el devenir de los más y sus economías caseras, todavía en manos de los respectivos Gobiernos para un eficaz disimulo que permita aún suponer que los votos sirven de algo frente a unos procesos en la sombra que son quienes finalmente se llevarán el gato al agua, dando razón a Pierre Bourdieu y su “Mundialización de lo peor”, si entendemos por tal el creciente hiato entre los organismos y estructuras que emanan de la voluntad popular, parceladas y constreñidas, y el poder real.

Las decisiones de alcance internacional corren a cargo de instituciones que no han gozado de refrendo democrático alguno y, en consecuencia, operan al servicio de sus valedores. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio han tenido históricamente nada que ver con los principios que informan –o deberían- los Gobiernos de y para todos, desde hace décadas atornillados a tal extremo que han de pronunciarse únicamente a través del sumiso amén, aunque ello suponga dar la espalda a premisas básicas de justicia social que los Parlamentos, ninguneados y vacíos de poder, no estarán en disposición de reivindicar ante la ausencia de leyes o pautas morales de obligado cumplimiento. Valga como ejemplo el actual acúmulo del medicamento Remdesivir, útil frente a la Covid, por parte de los países más ricos. Y lo mismo ocurrirá con las ansiadas vacunas.

            Desde Seattle en 1999, y sus conocidas protestas en defensa de un “altermundismo” progresivamente relegado, las evidencias de una globalización al servicio de sus ricos epígonos no han dejado de crecer. Se globalizan las posibilidades de beneficio a través de monopolios que también incluyen parcelas de información, se deslocalizan empresas y aumenta la facilidad para el movimiento de capitales y escondrijos, cuando convenga, en forma de paraísos (fiscales), mientras que en paralelo los movimientos de personas, la justicia y los derechos humanos, cuando no sirvan directamente al entramado económico, se inscriben a creciente velocidad en el terreno de la utopía y, entretanto, generan únicamente inseguridad e incertidumbre, haciendo palmario que las crisis padecidas y que continúa sufriendo una inmensa mayoría, son la calamidad global (de nuevo una globalización derivada) para el progreso/beneficio de algunos.

El “mundo rico” fomenta las exclusiones y margina a los colectivos de los que no puede sacar partido, convirtiendo las víctimas en culpables por superfluos y negándoles en consecuencia el pan o la tierra firme. Los flujos migratorios por hambre y/o guerras son la mejor prueba de lo antedicho y es que la desterritorialización, la mundialización, sólo se asume cuando conviene y no es el caso para sirios o sub-saharianos, por un decir, que son en todo caso un indeseable efecto secundario que habrán de soportar –hasta cierto punto, como se está viendo- unas democracias con la ética enferma. Una sexta parte de la población mundial vive en la abundancia mientras aproximadamente el mismo porcentaje tiene escasas posibilidades de supervivencia. Ochenta y cinco personas, se publicaba hace un par de años, atesoran la misma riqueza que la mitad de los habitantes del planeta, y la diferencia va en aumento merced precisamente a esa globalización que llena las arcas de los privilegiados.

El Aquarius o el Open arms y sus compasivas acogidas, como sabemos, son sólo espejismos: la aguja en el pajar de rechazos e interminables reuniones europeas que terminan en nada y sin “Capital social” (confianza, reciprocidad…) que valga. Lo que prima, tanto en esa U.E de la que muchos esperábamos bastante más, como en EEUU -y hoy los ejemplos allá caen por su peso-, es el capital contante y sonante, que no social. Y la interacción de que tanto hablan los próceres del mundo desarrollado, hasta aquí, se ejerce fundamentalmente desde la depredación. Para concluir, el poeta Mallarmé me ha venido de perlas. “El mundo existe para acabar en un libro”, decía. Hoy día, y para quienes lo manejan, para acabar en el bolsillo se acerca más a la verdad de cuanto ocurre.

Acerca de Gustavo Catalán

Licenciado y Doctor en medicina. Especialista en oncología (cáncer de mama). Columnista de opinión durante 21 años, los domingos, en "Diario de Mallorca". Colaborador en la revista de Los Ángeles "Palabra abierta" y otros medios digitales. Escritor. Blog: "Contar es vivir (te)" en: gustavocatalan.wordpress.com
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6 respuestas a LA GLOBALIZACIÓN NO SABE DE MISERIA

  1. xavier dijo:

    para consolar al alma una rase de serrat: tenen mes sabates pero nomes tenen dos peus…

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  2. Rosario Ferrà dijo:

    Cuanto más tiene alguien,más miedo a quedarse sin nada…..curioso.
    Y lo rápido que olvidan los que una vez no tuvieron demasiado que llevarse a la boca, como se sintieron en ese momento tormandose egoistas y sin empatía alguna, con la típica frase,«si yo pude conseguirlo, tu tambien deberías´´, luego hay que preguntarse a costa de quien medró ese personaje y con que artimañas, a cuantas personas pisó para salir a flote tan magnificamente.
    Las grandes potencias económicas, no consideran que su negocio va bien si no ganan cada año el doble que el anterior, cuando si igualaran cada año sus ganacias, la inflación sería menor y el nivel de vida se mantendría estable para todo el mundo, lo cual conllevaría a paises con menor división social, y eso tambien ayudaría a una menor tasa de delincuencia…, en fín que ya se me va la historia a un puntito naïf.

    Un abrazo

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  3. Excelente y deprimente. Destaco una frase: «democracias con la ética enferma». Enferma o, por lo menos, anestesiada.

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  4. Pilar Bonilla dijo:

    Exacto, excelente y deprimente. Es tan tremendo todo lo descrito!. Hace unos días conocí el nuevo término de «milmillonarios», teniendo ya otros palabros anteriores, y pensé que para qué utilizar nuevos términos, ¿acaso no teníamos claro que existen fortunas inimaginables?.

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  5. Cati Colom Llado dijo:

    Es deprimente,pero siempre el pobre paga todas las consecuencias.

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