Vivimos desde hace décadas en un progresivo aislamiento que la pandemia no ha hecho sino subrayar, fomentando un estar que con creciente frecuencia da la espalda a quienes nos rodean. Se diría que eso que llaman la España vaciada se va extendiendo por lo que hace a las relaciones sociales, e igual sucede en el resto de lo que conocemos como primer mundo, sin que la globalización haya supuesto otra cosa que facilitar el camino a los dictados económicos en beneficio de una minoría y sin que ello conlleve mayor interacción personal para la población en su conjunto.
En esta línea, el confinamiento a que nos hemos visto recientemente abocados se diría un escalón más en una deriva que ya se aprecia desde la infancia, porque es llamativa la diferencia entre los juegos de antaño, en grupo y utilizando calles y plazas para saltos, canicas o escondites, y el escenario actual, con el cuarto de casa como habitual escenario para una tablet manejada a solas y, en paralelo, teletrabajo en aumento, relaciones virtuales en sustitución de las presenciales y un exterior condensado en la pantalla del ordenador. En el pasado era preciso ir a correos, quedar con los amigos en el bar, quiosco y librerías para hacerse con páginas impresas… ¡Pero si hasta para ligar basta con Tinder, que ha suplantado encuentros y discotecas!
Los viajes de turismo, en exponencial aumento hasta la llegada del virus, tampoco han modificado la tendencia; el visitante no suele establecer otro contacto que el visual, no hay interacciones y, en todo caso, sólo hace que poblar los “no lugares”: espacios extensos que siguen aumentando aunque en modo alguno propicien la socialización. En consecuencia, la brillante luz que, como escribiese Hannah Arendt, supone la presencia constante de los otros, ha pasado a ser molesta iluminación para una creciente soledad en compañía de la multitud. A este paso (Rulfo dixit), pronto no habrá ni quien le ladre al silencio que procura esta mundialización. Pero del aislamiento.
El miedo es libre quizás las vacunas cambien algo este panorama
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Pasaremos esta pandemia y quizás recuperemos algo de los antiguos modos de convivencia y de socialización. Pero aislamiento y soledad seguirán creciendo, inexorablemente, porque son la consecuencia inevitable del modo de producir, distribuir y consumir en un sistema que no tiene visos de cambiar hoy por hoy.
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!Tan cierto!. Cuánto pensamiento especialmente hacia los menores, con la necesidad de esa socialización para su desarrollo, Y sí, parece que acaba este periodo tan duro en ese aspecto. Queda un poso de incertidumbre de las secuelas de esta pandemia que nos ha generado tanto cambio.
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Una pesadilla como la vivida sin duda dejará secuelas varias. Habrá que ver…
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Muy cierto,aquellos años de nuestra juventud,la gente era más feliz,los extraño!!!, compartíamos con toda la vecindad principalmente en pueblos.Lo del virus irá a mejor, peró nada volverá a ser lo que era años atrás.
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