Y es que, con relación a algunas de las disposiciones de obligado cumplimiento y dudosa eficacia como se expondrá, cabría, por parte de muchos entre los que me cuento, hacer propia la afirmación de Jules Renard : “Lo que me place, me place menos que me disgusta lo que me disgusta”. Y ello a pesar de que se nos haya hurtado demasiadas veces la información que pudiera permitirnos detectar la pertinencia o cuánto haya habido de inepcia, ignorancia o más que dudosa asesoría científica en bastantes de las sucesivas y cambiantes decisiones adoptadas por los poderes públicos; contradictorias o con efectos que paradójicamente y en ocasiones no han hecho sino allanar el camino a la propagación del virus.
Un reducido número de mesas en las terrazas, aunque se podía comprobar que de ser más de los permitidos quienes querían reunirse, las acercaban o tomaban asiento en sillas cada vez más próximas. También era posible la alternativa de juntarse en cualquier domicilio, zaguán o bancos del paseo, sin otras medidas que las que quisieran asumir los implicados y, por supuesto, exentos del control que pudiera ejercerse en los establecimientos de hostelería. Y las colillas al suelo de no poder fumar en el exterior de los bares por mor de la transmisión a través del aliento exhalado por el fumador que, sin embargo, campa a sus anchas cuando el grupo de pie y, por supuesto, sin mascarilla. Por lo demás, y de perseguirse hasta donde se pueda los aerosoles respiratorios, se ha seguido echando en falta, con igual refrendo, la prohibición de reír en compañía, elevar la voz mientras se come o bebe y, por supuesto, servir bebidas calientes que inciten al soplido para enfriarlas.
Toques de queda variables en su duración según las distintas Comunidades Autónomas, así como los horarios de cierre en locales de restauración, han parecido más bien fruto de ocurrencias que resultado de evidencias sobre su oportunidad. ¿Por qué las 23 h. y no las 24, hasta ayer mismo? Y por seguir en otras dudas, ¿Por qué aforos del 40 ó 50 y no 30 ó 70? U ocio nocturno autorizado hasta las 2 de la mañana. ¿Será acaso que, a partir de esa hora, la clientela enloquece? Porque de no ser así y continuarse con iguales medidas de prudencia (en mesas de terraza, ahora y en algunas regiones, hasta 10 (¿?) personas), que nos lo expliquen.
Sin duda, nada que objetar a mascarillas y distancias de seguridad (no fuesen a tomarme por émulo de Miguel Bosé), pero poner el énfasis en ello cuando transitando por calles o supermercados, mientras los atestados medios de transporte o tertulias frente al mar parecen libres de la amenaza viral, sugeriría la conveniencia de revisar la normativa siquiera en tanto se universalizan las vacunas, única solución creíble aunque también sobre su utilización quepa poner una pica en Flandes. Y es que no cabe justificación alguna para que se cargue sobre el ciudadano corriente y moliente la responsabilidad de elegir la marca de una segunda dosis tras haberle administrado Astra Zéneca en primera instancia, debiendo rubricar su decisión para, a lo que parece, eximir a la Administración de cualquier responsabilidad caso de accidente trombótico (por cierto, con porcentajes de un fallecido por millón de vacunados, lo que es inferior a la mayoría de efectos secundarios graves producidos por numerosos fármacos de uso cotidiano y para los que no se requiere del previo consentimiento informado).
Algunas de las cuestiones antedichas, así como la constancia de que cada gobierno autónomo va últimamente a su bola por priorizar intereses económicos (similares a los que informan las decisiones del gobierno británico respecto a los desplazamientos turísticos de sus habitantes), inducen a pensar que convendría, siquiera para afrontar con mejor tino la siguiente crisis, sugerir -exigir- mayor rigor a quienes imponen pautas y obligaciones demasiadas veces dispares, cuestionables en su operatividad y fruto de una improvisación que subraya su escasa cualificación, así como interesada sordera frente a opiniones expertas.
Ni más ni menos, exceptuando el confinamiento a través del estado de alarma, y la obligatoriedad de la mascarilla, las restantes medidas han sido de una falta de cohesión, aprovechamiento de políticas partidistas que reflejan los males constantes que arrastramos en este país.
Aunque, quiero dejar constancia de los excelentes profesionales que han trabajado fuera de los medios, sufriendo presiones de urgencias y su desnortados frutos en cuanto a la falta de pedagogía en trasladar socialmente sus recomendaciones. ¿Horarios? muy complejo, puesto que, cómo me explicaron, se restringían principalmente por los jóvenes, y ya observamos su comportamiento al relajarse estos.
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Pilar: estamos en la misma línea… A ver cuándo se tomarán decisiones con la cabeza y no con el bolsillo (u otras cosas…). Un abrazo.
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Lo estamos, aunque el escepticismo es un sentimiento cada vez más enorme en estos tiempos tan confusos. Otro abrazo de vuelta
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Tal cual lo dice pienso exactamente.
Que más te da cerrar bares o restaurantes a las 10 o las 12,antes mascarillas no,luego mascarillas si,que es una de las cosas que me parecen ideales como las mismas vacunas.Pero creo que hay mas intereses creados que nada.Hemos bailado al son que tocan.
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Estamos de acuerdo.
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